Está claro que España es un país de pociones, bebedizos, licores, filtros y bebidas de todo tipo, sabor y textura y existe una enorme catálogo de vasos y copas para elegir según sea de día o de noche, si se está sólo o acompañado, fardando ante la churri o simplemente disfrutando de uno de los placeres de la vida, que en su justa medida y volumen nos ayuda a saborear mejor cada momento y hay que evitar que los fundamentalistas de la prohibición, el veto y la veda nos impida tener acceso a algo tan viejo como el hombre, la mágica alquimia que convierte a bayas, frutos y demás vegetales en líquidos prodigiosos.
Yo les confieso que mi bebedizo favorito es la cerveza, fría, bien fría con su correspondiente tapa para darle a la conversación entre amigos. Pero no me negaran que no tiene su punto de mito chatear, no, no les estoy hablando ahora de Internet, por la ruta de tascas en buena compañía y salpicar el recorrido con la ingesta de vinos y caldos propios de cada tierra.
Darse el gusto popular de la humilde, pero siempre recurrente sangría al borde del pantano, la charca, la alberca, el río, el mar o la piscina olímpica. Que esta poción veraniega es capaz de estar a todas las alturas y rangos jerárquicos con su puntito de canela en rama.
Por que negarnos a probar un dedalito de brandy de Jerez para profundizar en el arcano de lo ocurrido en la solera con el jugo de la uva ambarina. No hay que dejar de lado la posibilidad de darle uso a la media docena de copas de cristal de bohemia que duermen el sueño injusto en el mueble bar y hacerle sacar chispas diamantinas con el cava tras una comida familiar. Saber si el güisqui tiene un rescoldo de carbón de roble, si las manzanas saben sacar sus burbujas en el lagar o cómo y de qué manera los vinos se casan, alna, arrejuntan, complementan y asocian con los sabores de los productos salidos de la mar, sacados de la tierra o apresados con artes cinegéticas.
Sí amigos, España es un país de bebedizos y con la mesura correspondiente porque no podemos aprender a saborear cada rincón de la península
Yo les confieso que mi bebedizo favorito es la cerveza, fría, bien fría con su correspondiente tapa para darle a la conversación entre amigos. Pero no me negaran que no tiene su punto de mito chatear, no, no les estoy hablando ahora de Internet, por la ruta de tascas en buena compañía y salpicar el recorrido con la ingesta de vinos y caldos propios de cada tierra.
Darse el gusto popular de la humilde, pero siempre recurrente sangría al borde del pantano, la charca, la alberca, el río, el mar o la piscina olímpica. Que esta poción veraniega es capaz de estar a todas las alturas y rangos jerárquicos con su puntito de canela en rama.
Por que negarnos a probar un dedalito de brandy de Jerez para profundizar en el arcano de lo ocurrido en la solera con el jugo de la uva ambarina. No hay que dejar de lado la posibilidad de darle uso a la media docena de copas de cristal de bohemia que duermen el sueño injusto en el mueble bar y hacerle sacar chispas diamantinas con el cava tras una comida familiar. Saber si el güisqui tiene un rescoldo de carbón de roble, si las manzanas saben sacar sus burbujas en el lagar o cómo y de qué manera los vinos se casan, alna, arrejuntan, complementan y asocian con los sabores de los productos salidos de la mar, sacados de la tierra o apresados con artes cinegéticas.
Sí amigos, España es un país de bebedizos y con la mesura correspondiente porque no podemos aprender a saborear cada rincón de la península
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