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LA RADIO QUE ME PARIÓ

La radio que me parió era una Vanguard de seis pilas (de las normales) forrada con una funda de cuero ribeteada en rojo. Era una radio coqueta que cuando se quitaba el traje dejaba ver el plateado de su imponente chasis y los zarcillos en pasta azul que le perfilaban la aguja del dial. Sonaba con voz clara de patio en verano recién regado y se colaba por las ventanas abiertas de la casa de la calle en las que se oreaban las camas con sus historias y sus secretos.
La radio que me parió regalaba canciones dedicadas a una eterna niña Mañuela que siempre estaba haciendo la primera comunión de parte de sus padres que jamás la olvidarían. De modistillas, que entre pespunte y dobladillo, saludaban a Pepe que está en la mili y que entre alforcita y primor suspiraban enamoradas hasta las trancas por mozos aún por conocer.
En aquella radio sonamos por primera vez cuando fuimos a la radio (se llamaba igual el continente que el contenido) y en el estudio teatro participamos en el concurso comarcal de villancicos. Era una sala enorme, con butacas de madera con el barniz perdido y un escenario sobre el que colgaba un enorme micrófono en el que el presentador engolaba la voz para ir dando paso a los concursantes. Así a pelo y con su lana cantamos María, María ven acá corriendo que el chocolatillo se lo está comiendo, mientras nos imaginábamos miles de Vanguard encendidos y nuestras voces llegando a todos los sitios.
Aquello fue como salir en la tele, pero si necesidad de poner las vergüenzas al aire como en el Diario de Patricia, no ganamos, pero pasamos a la siguiente fase y durante dos días sacamos pecho mientras que la radio que me parió sacaba antena de puro orgullo ante la abuela de la cómoda, una añosa radio de válvulas que no para de gruñir enchufada al elevador, que el pañito le hacia daño en el culo.

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