Uno
de mis primeros recuerdos es el de estar en un bar. Se trataba de un local al
aire libre que se había adornado con banderas de papel que flameaban
reaccionando a la escasa brisa de la típica noche de verano en Bailén. En este
recuerdo también me viene el olor, los olores tienen un enorme poder de
evocación, a la humedad del suelo recién regado y a la madera de las sillas de
tijera que flanqueaban unas pequeñas mesas, también de madera, fabricadas por
unos finos listones casi sin desbastar. También me viene a la memoria el paso
de un tipo llevando una cesta colgando del codo y ataviado con un mandil
blanco. Iba pregonando por las mesas su mercancía hecha de camarones y unos
cangrejos rojos como ladrillos que me asustaban con el entrechocar de las pinzas
ya que aún estaban vivos. Como
la mayoría de la gente de mi generación hemos sido gente de bares y comenzamos
a visitarlos muy pronto porque, aunque el mar nos pille o quede muy lejos,
tenemos muy arraigada la cultura mediterránea. C…