Los colores siempre han tenido una gran importancia, sobre todo cuando la televisión todavía era en blanco y negro y nos movíamos en esas escala infinita que va del blanco al negro, así que los colores eran imprescindibles para bucear en la realidad de nuestros ídolos y nos ingeniamos mil y una formas para darle colorear nuestro entorno. Recuerdo que hace ya muchos años se pusieron a la venta unos papeles de celofán, azul por arriba, verde por el centro y marrón justo por abajo. Era un artilugio que se ponía delante de la pantalla del televisor y así se podían ver los dibujos animados con colores y los mayores aseguraban que así no se te quemaban los ojos de tanto mirar la pantalla y descansaba la vista. Cuando el azul del cielo coincidía con el azul del celofán era casi mágico… era la maravilla del color. Pero lo normal era que la barriga de Cannon saliera de color marrón y la gorra de Tejota en el Tejado de color verde… pero era lo que había y la vista descansaba una barbaridad. Mientras en la radio los locutores se empeñaban en decir que hacían un programa en colores cuando la FM nacía con el sufijo en estéreo, que poco o ningún resultado le sacábamos en el Vanguard de estuche de cuero y menos con aquellos auriculares de una sola oreja que causaron no pocas lesiones internas en el oído de tanto empujar el cerumen hacía dentro para intentar disfrutar de ese “estéreo” que daba color a la música. Música que pintaba de amarillo a los submarinos, que obligaba a atar cintas del mismo color alrededor del viejo roble, mientras nos preguntábamos que demonios era un roble. Que el amor pintaba con tu nombre las paredes de la casa y no ya nos veíamos contratando a los pintores para rotular el salón con “Pepi” la del quinto “A” y aguantábamos estoicamente el cabreo, zapatilla incluida, de la madre por aquella demostración de enamoramiento graffitero al lado del mueble bar. Los Rolling Stones se empeñaban en pintarlo todo de negro, como los capítulos de en Los Límites de la Realidad y nos acojonábamos con la posibilidad de que el sacamantecas nos raptara por volver tarde de la escuela. En el cine los colores iban del rosa al amarillo, y en mitad se colaba el rojo de las capas de los centuriones romanos que se empeñaban todos los domingos, en sesión matinée, en capturar a Maciste, un forzudo que le sacaba los colores al imperio con su moreno de playa del mar Tirreno. Los colores eran fundamentales en aquella época, repito y reitero. Te ponías colorado cuando te acercabas a ella, blanco cuando el maestro te pedía la redacción “Un día en el campo”, que por supuesto no llevabas en la cartera. Verde cuando te tenías que tomar las vitaminas para ver si engordabas un poco y azul, cuando en enero te subía el cierzo por los perniles de los pantalones cortos. Rosa cuando te entraba la calentura propia de otro estirón y negro cuando Andresín te ganaba a las chapas… como siempre. Por eso nunca nos extrañó que hubiera un submarino de color amarillo o que a Martín, el del pelón azafrán, le pusieran de mote el bombero, porque siempre llevaba el casco rojo.
Desde hace unos meses que andan los actores políticos de aquí para allá y de allá para aquí dándole vueltas a los millones de la Inversión Territorial Integrada, la celebérrima ITI, y en qué se los van a gastar. Una día sí y otro también los papeles y los micrófono recogen las declaraciones de los artistas protagónicos, secundarios y hasta de los extras que están para hacer bulto y ruido en la escena, sobre el destino de los más de 400 millones que van a llegar a esta provincia tan ajena a las alegrías presupuestarias y tan huérfana de cariño administrativo. Qué si una carretera, que si un polideportivo, que si una rotonda, que si una plazoleta, que si un teatrico, que si una piscineja, que si tal que si para cual y para lo de más allá. Así llevan semanas amasando la ITI y sus dineros de comarca en comarca y de casa consistorial a casa consistorial prometiendo que la lluvia, de millones, está al caer y que habrá que ir comprándose cubos, barreños, damajuanas, orzas, tazones...
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