Pues sí algo de mágico y de milagrosos tenían que tener aquellos pucheros que eran capaces de mantenernos erguidos en unos enormes y afilados pies con unas piernas de alambre que eran todo rótulas hasta por las corvas. Y sobre las que caminábamos tambaleándonos con el peso de la cabeza que se equilibraba gracias a las orejas que el barbero te dejaba libres de pelo para que hicieran mejor de contrapeso.
Como les digo algo de milagroso y mágico debían de tener aquellas pociones, filtros, bebedizos y jarabes que humeaban y burbujeaban constantemente en la cocina y en la el plástico todavía no había llegado y en la que nos mandaba a comprar el pan con una bolsa de tela a tiendas de ultramarinos que se llamaban igual que quien estaba detrás del mostrador y la balanza.
Quiero recordar las increíbles propiedades que tenía el pan con chocolate de la merienda que era capaz de resucitarte de las dos horas de clase que había por la tarde en la escuela y que viendo a Clarecen, el león bizco de Daktari. Engullíamos con tanta maña que la onza de chocolate se terminaba a la par que el bollo de pan. Y con aquello teníamos energía para jugar un partido a 10 goles o imitar a ángel Nieto corriendo como las motos cambiando las de marchas a grito pelado y otras mil cosas propias de cada barrio, plaza y calle.
La verdad es que no se que hubiera sido de nosotros si hubiéramos tenido la posibilidad de catar los caramelos bajos en calorías, las gominotas Light, el bio-maíz tostado, las pipas envasadas al vació y cultivadas bajo las mas estricta normativa ecológica, los gusanitos enriquecidos con ácido láctico y omega-3 y los chicles extra-largos con sabores tan exóticos como el mango o la maracuyá.
En fin aquellos pucheros si que tenían magia y en el kiosco era mucho más fácil o eras de menta o de fresa… lo demás era complicarse la vida.
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