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VIVO EN LA CARRETERA.


El día que volcó el camión de helado cerca del pueblo, cogimos las motoretas tuneadas y un par de cucharas y le dimos al pedal para llegar pronto a La General, antes de que se derritiera aquel manjar de sabores y colores que se iba por la cuneta.
La guardia civil dejaba hacer, aquella mercancía no era igual que la de muelles de la pasada semana y que lleno el pueblo de boings, boings, décadas antes de que naciera el fenómeno Sabrina.
Y es que la General, no nos atrevíamos a llamarla carretera, era la que traía y llevaba los acontecimientos. La primera vez que vi un extranjero fue en el cruce de la Bailén-Motril que se detuvo a preguntarnos por la dirección a la capital, ya que la señal tenía tendencia a caerse por culpa de los aperos de los tractores que se le llevaban por delante un día si otro no. ahí descubrimos que había otras maneras de comunicarse y que el francés sonaba muy distinto al que escuchábamos en el magnetofón de don Manuel con el método Sonimage. Y que los haigas existían, aquellos si que eran coches y no el Gordini de Manolo el de taller que nos arreglaba los pinchazos de gañote si le hacíamos algún que otro recado, como irle a por un biscuter fresquito al hotel cercano, donde buscábamos chapas y esperábamos a algún famoso que parará a tomar café camino a Sevilla o la sierra de Andújar de montería.
Con el paso del tiempo las motoretas se convirtieron en mobilettes camperas, en vespinos o derbis variants; había un modelo que arrancaba con un botón, motillos de gas que apenas le llegaban al tubarro 75 sport de las derby coyote trucadas o las Duch cóndor con el pistón lijado. Para cuando eso ocurría a la guardia civil se le metió en la cabeza que teníamos que ponernos casco y pagábamos las multas con papel del estado que vendían en el estanco del Paseo, antes de que se enteraran los viejos, por que si no no te salvaba la crisma ni el casco de la rieju.
Comenzaron a proliferar los 127 sport y los crono. Los 1430 y los 131 supermirafiori y comprendimos que para ir de feria no era necesario ser turronero y hubo quien compraba una barra de hielo para, con ella al hombro, entrar por la cara en las galas de los pueblos cercanos: diciéndole a los porteros soy el de hielo p´a los cubatas….
Y poco a poco prosperábamos y la general parió otro carril y se convirtió en autovía. El 127 se convirtió en un volswagen polo y el 14 30 en un Renault cinco turbo. Los cojines de aguja de gancho de la bandeja fueron sustituidos por un naranjito y el ocho pistas por un radiocasete auto reversible que hacia sonar las cintas TDK a toda leche, y así íbamos por esa carretera que siempre llevaba a casa, por que todavía la señal de A la Capital 300 se sigue cayendo por culpa de los aperos de los tractores.

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