
La gente ya no huele a Varón Dandy ni a Farala. La gente ha comenzado a complicarse la vida y los efluvios dejándose caer en el vértigo del marketing que desemboca en frascos rotulados en francés con formas imposibles y que huelen a cosas que las cosas no suelen oler.
Antes en la barbería te daban linimento Floyd por el cogote y las patillas cuando el maestro se pasaba apurando y te rebanaba un barrillo de púber. Las abuelas se refregaban con “El Tío del Bigote”. No, no se daban el lote con nadie que no fuese tu abuelo, si no que se untaban el acreditado linimento Sloan en cuya botella la etiqueta lucía a un caballero con un extraordinario mostacho.
Ya les digo las cosas olían a lo que tenían que oler. Los niños a una mezcla de chicle Cheiw con chocolate Elgorriaga y las niñas a Nenuco, ese bote que tenía un muñequito dentro, con toques de fresa ácida. Los abuelos olían a caramelos Sazi y Juanolas y desde las casas salía el olor de la comida en el fuego. Uno sabía la hora que era poniendo la nariz y por el olor, con los ojos cerrados, adivinabas si pasaba cerca el Manuél al venir del huerto o don Enrique al terminas las clases particulares.
Ahora cada quisqui huele a cosas distintas. Antes en la tele, con un solo canal, todo el mundo hablaba de lo mismo: del apartamento en Torrevieja que habían ganado los del Un, dos, Tres o del descote de
Ya lo ven ahora mucho Anaïs, Anaïs (a quién se le ocurriría ponerle nombre con diéresis a una colonia), Cacharel, CK One, Cool Water, D&G Feminine, Obsession, Flower by Kenzo, V'E, Rumba, Boudoir, Monsoon, Une Nuit Etoilée au Bengale, Etiquette Bleue… y así hasta el infinito. Y si siguen así las cosas vamos a necesitar, como los senadores españoles, pinganillos en la nariz para entendernos con tanto aroma distinto. Con lo fácil que era ir a la droguería a comprar colonia a granel para toda la familia y de paso, en la farmacia, un par de cajas de Optalidon, “que ya no me quedan niño”
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Besitos...