No. no estoy de acuerdo con ese aserto que señala que el amor se tiene que declarar. El amor no es un testigo de la defensa, y mucho menos un testigo de cargo. No hay declaración que valga, porque el amor se enseña. Poco a poco, se va decantando por el alambique retorcido de la adolescencia que nos ponte tan tontorrones y que inutiliza nuestros órganos vitales cada que nos topamos con ella.
Yo no me declaré, me fue imposible, se me notaba por encima del pelo. Tenía una bocina en la cara que decía esta chica me gusta y dos tíos con pancartas gigantes en las que se podía leer este está por ti. Menos mal que en el sexo contrario se pasa por un proceso parecido y la confusión es similar, tanto, que a veces es necesario un par de empujones para que nos demos cuenta y vamos atando cabos y teniendo la certeza de que caer a su lado en el cine no fue el azar, que la botella al girar apuntara a ella fue un truco de tu amigo, que en los descansos siempre nos tocara ir juntos a comprar coca-colas para todos era una urdimbre de la casamentera del grupo. Desde ahí, tan sólo basta con dejarse caer y acompañarla a casa, porque te pilla de paso ir al otro lado de la ciudad, malvender tus discos para tener efectivo e invitarla en la feria, buscarse la vida para poder comprar una camisa maqueona. comenzar a usar más colonia de la cuenta. Consumir cantidades industriales de desodorante y vigilarse el alerón a diario. Elegir que ponerte solo para ella, aguantar las baladas románticas de sus cantantes favoritos y todo por estar una hora con ella y hacer manitas en las que se adivina la urgencia y la chapuza del primer beso en el que uno pensó ahogarse una maravillosa sorpresa. Aguantar horas de espera en la esquina de su calle hasta que salía con permiso hasta las diez. Salir con la pandilla a robar piscinas y chapotear en el agua como dos torpes castores que no saben bien que hacer.
La verdad es que el amor no necesita declararse, el amor se hace notar, se deja ver tirando de las riendas de tu vida, mientras te ríes, como cantó Serrat, como un tonto con razón para hacerlo.
Yo no me declaré, me fue imposible, se me notaba por encima del pelo. Tenía una bocina en la cara que decía esta chica me gusta y dos tíos con pancartas gigantes en las que se podía leer este está por ti. Menos mal que en el sexo contrario se pasa por un proceso parecido y la confusión es similar, tanto, que a veces es necesario un par de empujones para que nos demos cuenta y vamos atando cabos y teniendo la certeza de que caer a su lado en el cine no fue el azar, que la botella al girar apuntara a ella fue un truco de tu amigo, que en los descansos siempre nos tocara ir juntos a comprar coca-colas para todos era una urdimbre de la casamentera del grupo. Desde ahí, tan sólo basta con dejarse caer y acompañarla a casa, porque te pilla de paso ir al otro lado de la ciudad, malvender tus discos para tener efectivo e invitarla en la feria, buscarse la vida para poder comprar una camisa maqueona. comenzar a usar más colonia de la cuenta. Consumir cantidades industriales de desodorante y vigilarse el alerón a diario. Elegir que ponerte solo para ella, aguantar las baladas románticas de sus cantantes favoritos y todo por estar una hora con ella y hacer manitas en las que se adivina la urgencia y la chapuza del primer beso en el que uno pensó ahogarse una maravillosa sorpresa. Aguantar horas de espera en la esquina de su calle hasta que salía con permiso hasta las diez. Salir con la pandilla a robar piscinas y chapotear en el agua como dos torpes castores que no saben bien que hacer.
La verdad es que el amor no necesita declararse, el amor se hace notar, se deja ver tirando de las riendas de tu vida, mientras te ríes, como cantó Serrat, como un tonto con razón para hacerlo.
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