Llueve
y los chubascos trazan de verdín y ova los bajos de este poyete. Llueve y la
lluvia es la gran noticia de esta tierra apegada al terruño y que baila al
ritmo caprichoso de cabañuelas y los cabañuelistas del Congreso de los
diputados. Siempre a la espera de una borrasca. Siempre a la espera de que
caiga una sinecura, un carguillo, un puesto, una colocación o una paga para
pagar los servicios prestados desde la Reconquista. Llueve en Jaén de medio
lao, con malafollá cuasi granaína mientras la bailenmotril se llena de coches
rumbo a la ciudad de los piononos y los decatlones a la celebración del
blacfraidei en el nuevo centro comercial. Llueve en Jaén mientras el fango
atasca las ruedas del carro del desarrollo de los boletines oficiales. El barro
y los alcanciles silvestres medran en los solares adormecidos por el ritmo
cansino de la lluvia macondesa y cansina. Los carriles y caminos del monte y la
campiña son lodazales burocráticos en los que se embarran los proyectos e ideas
de progreso. Llueve en Jaén y en Granada y en Huelva la gente se echa a la
calle sin paraguas para decir que no les toquen más los hospitales ni los
genitales. Que ya está bien y que hasta aquí llego la riada del mando yo.
Llueve en Jaén sobre los carteles de obras fantasmas que parecen autocines americanos
en los que ya sólo aparecen, de cuando en cuando, los fuegos fatuos y las luces
mortecinas de unas olvidadas y polvorientas estrellas del titular y la crónica.
Llueve en Jaén y se van por las alcantarillas las hojas que una vez fueron
verdes y que el eterno otoño dejó caer sobre la calles que siguen callando
mientras se doran y arrugan a la espera del invierno demográfico que anuncian
los hombres del tiempo futuro. Llueve de través sobre el campo y sobre los
tejados de un millar de casas deshabitadas en las que el agua, los ratones y
los pocos autillos supervivientes del cementerio de pueblo hacen sus nidos, sus
agujeros y socavan túneles y horadan y pudren maderas y cimientos. El tiempo se
orina y se oxida los barrotes de ventanas y barandillas y la lluvia incansable,
escasa e intermitente en sus regresos se abraza a las raíces de árboles y
vecinos y los hace bailar una danza de mesa camilla, braseros de picón y de
leña de olivo en estos tiempos de fracturas eléctricas desorbitadas para
hacerle el caldo eólico, y el otro, a los que, cuando escampe, volverán a
prometer el oro, el moro y hasta Boabdil en Fort Knox si es necesario para que
el gatopardo siga siendo ambas cosas y que todo cambie lo justo para que siga
lloviendo igual. Llueve en Jaén y la lluvia desdibuja los contornos de
campanarios y cerros. Se borran las siluetas bajo la manta húmeda y gris del
agua que recuesta su cabeza sobre una almohada hecha de montes y sierras.
Llueve sobre Jaén y el agua empapa las hojas de este periódico olvidado en el
banco de una plaza y la tinta se corre dejando unas titulares borrosos, casi
borrados, como palabras a med…
En Cataluña dicen que van a cambiar la Navidad por la fiesta de invierno y la Semana Santa por la fiesta de la primavera. Una consejo del Consejo Escolar de la región. Es decir que el popular "caganer" se quedará sin sitio para hacer sus deposiciones ya que en la fiesta de invierno no caben tampoco los belenes. La verdad es que cada día que amanece el número de tontos crece y no paran de buscar agujeros para meter la pata por decreto. Por el momento en los colegios de Jaén está permitido que los chavales se deseen felices Pascuas, pero si la ola catalana prospera de dificil manera se podrá casar ideologicamente la imagen de la alcaldesa socialista entregando, arrobada, su bastón de mando a la imagen de Nuestro Padre Jesús con esta mania de sustituir el crucifijo por una foto del presidente autonómico o a los reyes magos por un vejete con sobrepeso vestido de terciopelo rojo.
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