Había
un juego infantil en el que, para conseguir que un deseo se volviera realidad,
había que ver por la calle cinco coches rojos, un camión del butano y cinco
mujeres embarazadas. Lo más difícil de ver eran los coches. Se trataban de tiempos
antiguos y peatonales. Lo más fácil, ver a jóvenes barrigudas pasear con ese
brillo en la piel que da el estar preñada del futuro. Lo del camión del butano
era parte del paisaje en un país de estufas catalíticas y termos de agua
caliente recién estrenados. Ha pasado el tiempo y las jóvenes grávidas se han
convertido en abuelas. Sus nietas, sin embargo, dejan descansar sus úteros a la
espera de mejores vientos y tiempos en los que ser madre no sea un problema,
una desventaja. Jaén envejece. Se arruga. Se anquilosa sometida a una realidad
que pone de manifiesto que procrear no es una prioridad. Así lo señala la Unidad
de Gestión Clínica de Ginecología del Complejo Hospitalario de Jaén que atendió
durante el año pasado «un total de 1.979 nacimientos, que son 293 menos que los
2.272 contabilizados en 2014, lo que supone un descenso cercano al 13 por
ciento».
Jaén
es un vieja de toquilla y brasero de picón. No le nacen hijos. Y los pocos que
salen adelante se suelen marchar a otros lugares en los que ser niño no sea
raro. La primera señal de alarma la vi, desde este poyete, cuando el parque
infantil de enfrente sustituyó los toboganes y columpios por aparatos de
actividad para «el envejecimiento activo». Hay más abuelos que nietos en los
parques y plazas de Jaén. Los escasos alumbramientos que hay por estas tierras
son los de las paridas y ocurrencias peregrinas de los que no quieren ver la
realidad de falta de colágeno y elastina
en la piel jaenera. Envejecemos a marchas forzadas. No hay relevo. Por cada
bautizo que se celebra en mi parroquia hay veinte o treinta esquelas mortuorias
colgadas en la esquina de la calle de la cooperativa. Las colas para cobrar la
pensión en la caja son el triple de largas que las de la ventanilla de nuevas
matrículas. Escuelas solas como Fonseca. Kioscos que han quebrado por falta de
clientela. Coros infantiles reducidos a tríos por falta de miembros. Horas del
recreo sin que nadie las disfrutará. Abuelos huérfanos de nietos a los que mimar. Jaén es como esa vieja sola
que mira sin ver por la ventana. Jaén es como esos miles de caramelos que se
quedaron tirados en la calle al paso de la caravana de los Reyes Magos porque
no había niños para recogerlos.
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