Sólo nos quedan las estrellas. La provincia apela a sus cielos nocturnos para atraer a visitantes. Cielos vírgenes con el himen estelar intacto. Sin que haya sido hollado por la suciedad lumínica del progreso y el desarrollo fabril y urbano. Se venden miradores a la vía láctea. Se alquilan balcones para ver pasar el cinturón de Orión, al Auriga ejerciendo de cochero, a los Canes mayores y menores ladrar desde la Luna. Jaén vende miradas al cosmos profundo para intentar salir del pozo económico en el que está atrapada. Un agujero negro que engulle todo lo que alcanza su hambrienta masa gravitacional. Apenas algunos jóvenes neutrinos logran salir de su órbita para señalar, con su ejemplo, los bordes del vértigo devorador. Astroturismo lo han llamado en el último Fitur en el que la provincia volvió a derramar ilusión, aceite de oliva y fotos de bosques y dehesas que no serían lo que son sin el toro bravo, los onerosos trofeos de los reyes de la espesura, de lo esquinado de su lugar en los mapas y de sus vías de comunicación que son como perlas de tan escasas. Jaén lo apuesta las estrellas y al sol que más calienta. La estrella más cercana que es la gasolina del barro solar que atraca a las sombras de los pinos que bañan las aguas de El Tranco. Ese lugar en el que el Guadalquivir se exagera y se hace hondo. Mancha de agua cercada de verde que ha servido de reclamo estrella en los madriles para convencer a la gente de que Jaén es más que una estrella de paso, fugaz, en el mapa del tomtom y unas autovías cercadas de señales de ciervos saltando a ninguna parte. Jaén se lo fía a las estrellas, algunas muy capitidisminuidas, del cine que pasaron por la moqueta figurera a hacerse fotos y regalar sonrisas y abrazos pactados. Jaén con las estrellas como hizo algunos años, en la misma cita profesional, Rumania que llegó vendiendo sus cielos, como los mejores de Europa, para ver un eclipse total de sol. Allí nació el turismo de sombra, complementario al de playa o al de montaña… dejo de escribir un momento, me levanto y me asomo a la calle. Unos chavales hacen piruetas y cabriolas en las lonjas y bancos. Practican el parkur. Se dicen los unos a los otros que se van a estrellar contra el suelo si no saltan más que saltar más alto para dar la vuelta completa. Le echan más huevos a la cosa que nuestros líderes que siguen sin saber, ni querer ponerse de acuerdo. Turismo del pasa tú que a mi me da la risa. Entre tanto Jaén recoge sus cosas a la espera de que la buena estrella turística le sonría y el grupo de chavales se marcha de la plaza de enfrente de mi casa echándose el brazo por el hombro, fanfarroneando de sus logros acrobáticos, haciendo bromas, sintiéndose estrellas entre sus amigos. Ajenos al futuro que le estamos dibujando.
Sólo nos quedan las estrellas. La provincia apela a sus cielos nocturnos para atraer a visitantes. Cielos vírgenes con el himen estelar intacto. Sin que haya sido hollado por la suciedad lumínica del progreso y el desarrollo fabril y urbano. Se venden miradores a la vía láctea. Se alquilan balcones para ver pasar el cinturón de Orión, al Auriga ejerciendo de cochero, a los Canes mayores y menores ladrar desde la Luna. Jaén vende miradas al cosmos profundo para intentar salir del pozo económico en el que está atrapada. Un agujero negro que engulle todo lo que alcanza su hambrienta masa gravitacional. Apenas algunos jóvenes neutrinos logran salir de su órbita para señalar, con su ejemplo, los bordes del vértigo devorador. Astroturismo lo han llamado en el último Fitur en el que la provincia volvió a derramar ilusión, aceite de oliva y fotos de bosques y dehesas que no serían lo que son sin el toro bravo, los onerosos trofeos de los reyes de la espesura, de lo esquinado de su lugar en los mapas y de sus vías de comunicación que son como perlas de tan escasas. Jaén lo apuesta las estrellas y al sol que más calienta. La estrella más cercana que es la gasolina del barro solar que atraca a las sombras de los pinos que bañan las aguas de El Tranco. Ese lugar en el que el Guadalquivir se exagera y se hace hondo. Mancha de agua cercada de verde que ha servido de reclamo estrella en los madriles para convencer a la gente de que Jaén es más que una estrella de paso, fugaz, en el mapa del tomtom y unas autovías cercadas de señales de ciervos saltando a ninguna parte. Jaén se lo fía a las estrellas, algunas muy capitidisminuidas, del cine que pasaron por la moqueta figurera a hacerse fotos y regalar sonrisas y abrazos pactados. Jaén con las estrellas como hizo algunos años, en la misma cita profesional, Rumania que llegó vendiendo sus cielos, como los mejores de Europa, para ver un eclipse total de sol. Allí nació el turismo de sombra, complementario al de playa o al de montaña… dejo de escribir un momento, me levanto y me asomo a la calle. Unos chavales hacen piruetas y cabriolas en las lonjas y bancos. Practican el parkur. Se dicen los unos a los otros que se van a estrellar contra el suelo si no saltan más que saltar más alto para dar la vuelta completa. Le echan más huevos a la cosa que nuestros líderes que siguen sin saber, ni querer ponerse de acuerdo. Turismo del pasa tú que a mi me da la risa. Entre tanto Jaén recoge sus cosas a la espera de que la buena estrella turística le sonría y el grupo de chavales se marcha de la plaza de enfrente de mi casa echándose el brazo por el hombro, fanfarroneando de sus logros acrobáticos, haciendo bromas, sintiéndose estrellas entre sus amigos. Ajenos al futuro que le estamos dibujando.
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