El
silencio se asienta sobre el polvo ceniciento. El rastro de las llamas ha
dejado mudos a los barrancos y a los escarpes. Secas y grises a las ramblas.
Callados a los llanos y a las lomas veteados de jaras, de esparto y de troncos que ahora dan una sombra
alargada y rota, como de osamenta, como de perro flaco y moribundo. Todo ha
quedado silencioso tras el puñetazo sordo y hondo del paso del fuego. El sonido
se ha marchado, fue arrancado de cuajo, en la cresta de una ola de destrucción
y caos. El silbido de las piñas estallando en las copas. El lamento agudo e
hirviente del aire, al salir, desgarrando las cortezas de los árboles. La
resina supurando y convirtiéndose en vapor Los bufidos agónicos de los animales
entre la humareda. El estallido de las rocas por el calor. El olor a carne y a
madera quemada. La peste del bosque muerto. El murmullo de la desolación roto
por los gritos de los hombres que dan o reciben órdenes a la luz de una enorme
tea. Una antorcha gigante que se bebe el agua que le cae desde los ingenios aéreos.
Titánicos esfuerzos para derruir una pared ardiente en la que rebotaban los
ecos de los motores de las bombas y de las máquinas. Un silencio que avanza por
el monte sucio y gris de humo y de pérdida. Callada y triste es la mirada de
los vecinos que se asoman al balcón de lo arrasado por las llamas. Mudo es su grito
de impotencia, ribeteado de noches de insomnio y de radio y de preguntas sin
respuesta. Silencio de los que siempre han hablado tanto y a los que el muro de
pavesas y la cercanía del infierno real ha dejado sin palabras. Silencio en los
despachos y calladas oraciones en los que fueron evacuados de sus casas. Ruegos
de los que veían recortarse los campanarios en las danzantes sombras que
dibujaban las llamas, ominosas, acercándose. Jaén ardiendo por culpa de un
rayo, ese que no ha cesado en siete días. Cuando se disipe el humo y los
últimos camiones regresen. Cuando se recuenten las perdidas y se mida la
profundidad real de la herida. Cuando se desmantelen antenas y cables. Cuando
llegue ese momento habrá que romper el silencio y que los mudos hablen y
expliquen lo ocurrido.
Desde hace unos meses que andan los actores políticos de aquí para allá y de allá para aquí dándole vueltas a los millones de la Inversión Territorial Integrada, la celebérrima ITI, y en qué se los van a gastar. Una día sí y otro también los papeles y los micrófono recogen las declaraciones de los artistas protagónicos, secundarios y hasta de los extras que están para hacer bulto y ruido en la escena, sobre el destino de los más de 400 millones que van a llegar a esta provincia tan ajena a las alegrías presupuestarias y tan huérfana de cariño administrativo. Qué si una carretera, que si un polideportivo, que si una rotonda, que si una plazoleta, que si un teatrico, que si una piscineja, que si tal que si para cual y para lo de más allá. Así llevan semanas amasando la ITI y sus dineros de comarca en comarca y de casa consistorial a casa consistorial prometiendo que la lluvia, de millones, está al caer y que habrá que ir comprándose cubos, barreños, damajuanas, orzas, tazones...
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