
Un año más es Nochebuena y todos vamos aportando recuerdos, ausencias y nuevas incorporaciones a la familia. Con el paso del tiempo los que eran hijos ahora son padres y los primos traen a sus mujeres y por fin el tío se caso con su novia de toda la vida. Las panderetas siguen siendo las mismas con los parches gastados de tanto pasarles el dedo humedecido en la boca con sabor a polvorones y vino dulce.
Cada año se echa en falta una copa de la cristalería que es fijo, anualmente, que alguien meta la pata y rompa alguna mientras que se grita: nada nada, alegría, alegría… que eso es señal de buena salud.
El mantel con bordado de punto de cruz, las servilletas con las florecillas rojas y azules y los chavales tocando a la puerta pidiendo el aguinaldo, carita de rosa y si me lo das tendrás todo un año de felicidad.
El rey en la televisión, en todos los canales haciendo inútil el mando a distancia: cada año con una foto en la que hay un infante más y deseándole a todo el mundo paz y prosperidad.
Las hermanas y la madre enredando en la cocina trayendo y llevando platos de gambas y almendras y los hermanos y el padre discutiendo; todos los años igual; de cómo hay que abrir el cava que todavía se ve la señal en el techo del taponazo del año pasado.
La casa repleta de aromas que salen de la cocina para dar contenido a los momentos en los que se nota el vacío de los que no están.
La estrategia de la chavalería para sacarle la calderilla a los rubicundos adultos que no paran de brindar y decir: aunque no nos ha tocado la lotería tenemos salud, pero seguro que con el décimo del niño me quito de trabajar… y gatatumba, tumba, tumba no te metas en las pajas, gatatumba, tumba, tumba panderetas y sonajas.
Los platos de la vajilla nueva van y vienen, entran y salen con las viandas y manjares que nunca deben faltar en la cena de Nochebuena, pero miran como beben los peces en el río, pero miran como beben. Beben y vuelven a beber los peces en el río por ver a dios nacer y las copas se llenan y vacían y a los niños se les da achuchones y promesas de regalos escondidos por los Reyes Magos debajo de la cama de la abuela o entre la persiana de cadenilla y los hierros del balcón… al que no se pueden asomar los pequeños para no quedarse con la nariz roja por la escarcha que está cayendo fuera.
Y por la calle la gente se saluda y se besa, como si se conocieran de toda la vida deseándose lo mejor para la Navidad y a la salida de la Misa del Gallo huele a humo de chimeneas y a la hoguera que se prende en el atrio mientras los niños hacen como que fuman con el aliento que se les escapa por entre las bufandas y llega como un ruido de mar con sirenas y campanas dándole un toque de entrañable tristeza a la Nochebuena y mañana será Navidad con olor a café con leche y churros en la esquina del barrio que luce tan bonito con las mismas bombillas de colores que se reflejan en las ilusiones, que a pesar de todo, todos ponemos al descubierto cuando nos descubrimos que todavía miramos como niños en noches como la de hoy.
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