Malos
tiempos para ser viejo. Se les va poniendo dura, la existencia, a los mayores a
cada día que pasa. El otro día un abuelo llamó a la radio para quejarse de cómo
los medios contábamos que, afortunadamente, los que cascaban por el coronavirus
eran, en su mayoría, personas de edades avanzadas y con patologías previas
¡COMO SI LOS VIEJOS VALIERAMOS MENOS! Le espetó al teléfono. No le falta razón
a este señor. Parece que como si este virus viniera a clarear la era y a
limpiar residencias y sanatorios. Tengamos sensibilidad. Todos somos iguales
ante la ley aunque no ante los virus.
Tengo
un amigo que cuando pasa por la esquina de las esquelas de mi pueblo cuenta las
bajas por “muñecos”. Si hay un santo en el pasquín es que el muerto es reciente
y si sólo hay una cruz se trata de un funeral del mes o del año. Ahora
hay más muñecos que antes y los seguirá habiendo con o sin esta súper gripe que
está acojonando a todo el mundo. Tampoco es que esto se vaya a convertir en un
capítulo de The Walking Dead pero cada vez que veo en la tele a uno de estos
ministrales pedir que no cunda el pánico ni la alarma me da por bajar al mercadona
a hacer acopio de latillas y botellas de 5 litros de agua.
A ver si
alguien me da el teléfono del tipo de Marmolejo, ese aventajado discípulo de
Rick Grimes, que se fabricaba armas de todo tipo y trucos y mañas para
sobrevivir a un Apocalipsis zombie. Me gustaría hablar con él para que me de
algunas pautas para construir un refugio a prueba de estornudos y destripar mapaches
o zorrillos en caso de necesidad.
Sí. Sí. Vosotros mucho reírse de los chistes que hace un tipo disfrazado
de coronavirus en twitter y estornudando en el ascensor para acojonar, de coña,
a la peña pero cómo esto dure mucho las vamos a pasar canutas. En 1918 la
prensa española hablaba la epidemia de gripe que causó millones de muertos “los
dirigentes del planeta, a fin de detener
el pesimismo generalizado, repitieron lo que les había
dado resultado en no pocas ocasiones: manejar la información
y la divulgación de una enfermedad que se dispersaba
en forma incontrolable...” pero lo mismo me estoy poniendo nervioso porque cada
vez tengo más años y lo mismo me meten en el grupo de personas sacrificables,
es decir: de edad avanzada y patologías previas. Así que sigo poniendo la oreja
desde este poyete a la legión de virólogos que acaban de salir de las
facultades de bares y tabernas, a los flamantes epidemiólogos que peroran en
cervigueras y lonjas sobre como y de qué manera estornudar o lavarse las manos.
Y todo lo que oigo me produce una terrible inquietud porque en estas historias
los damnificados siempre los ponemos los mismos.
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