Se
les puede ver de lejos. Se les huele a decenas de metros. Una mezcla de
colonia cara y humanidad que usan a granel, la primera, y con escasez la
segunda. Son escandalosos. Gritan más que hablan. Se les oye a
distancia porque
alzan la voz casi tanto como los brazos. Sobresalen del grupo y de la
conversación porque se acompañan de aspavientos y continuos manotazos al
aire
invadiendo el espacio del resto de contertulios. Sus teléfonos nunca
están en
silencio. Con una mano hacen molinetes sosteniendo el combinado de
importación
y con la otra descuelgan su pinganillo
para saludar al comunicante con un atronador diminutivo. Siempre dicen tener
razón y lo de Cataluña, Siria o lo de Timor Oriental lo solventarían en cinco minutos
si ellos mandaran algo. «Se sacan los tanques a la calle ¡coño!». Son mas que
nadie desde siempre, desde toda su vida: demócratas, del Madrid, del Barça, de
playa o de montaña. Son los que suben las entradas de la reventa
porque quieren apuntarse el tanto de haber ido al último concierto de
Springsteen o del Barrio mientras tararean «me subí a la reja» o «una vieja y
un viejo van p´Albacete». Les suelen dar farias por montecristo en la sobremesa
y se fían más del precio que han pagado que por su capacidad de percibir olores
y sabores. Alardean de comer chuletones de buey de Kobe ataviados con camisetas
en las que se pueden leer «I am a cow lover» que compraron en una carísima
tienda de moda. Se chulean, con pecho palomo, de saber la diferencia que hay
entre los vinos de la ribera norte y sur del Duero. En la mili jamás hicieron
guardias o maniobras penosas y aseguran, hasta que ellos mismos lo creen a pies
juntillas, que se encamaron con las meretrices más exclusivas de gratis gracias
a sus encantos. Tienen coches potentes y, cada vez que tienen ocasión, enseñan
los llaveros de unos automóviles que siempre compraron más baratos gracias a
que conocían al gerentefulanodetal que les debía ciertos, y muy
comprometidos, favores. Pisan la línea continúa continuamente y compran puntos
del carné a tutiplén. Son de claxón fácil y acelerador blando. Airean la
billetera para pagar otra ronda y acaparan tiques y recibos para pasarlos como
gastos de empresa mientras ratean en la compra del supermercado. Suelen ser
ascendidos hasta que demuestran su incompetencia. No tardan en hacerlo e intentan
taparla con malos modos y jerga de gurús de la inteligencia emocional. Resumen la
superación personal en clavar un letrero enfrente del retrete para motivarse
mientras luchan contra el estreñimiento: «Detrás
de los sueños siempre hay esfuerzos que la gente no ve». No tienen reparos en aprovecharse de los méritos de
los demás y apuñalar al contrario sin pestañear. Siempre consideran que la película
es mejor que el libro y que a ellos les deben pelotear como ellos pelotearon. No
soportan a su lado a la gente independiente y con talento y prefieren cegarlos
de un ojo que aprovechar sus amplitud de miras. Suelen ganar en solitario y
decir: «hemos perdido» cuando llega la derrota. No es difícil reconocerlos. Estamos
en sus manos.
Desde hace unos meses que andan los actores políticos de aquí para allá y de allá para aquí dándole vueltas a los millones de la Inversión Territorial Integrada, la celebérrima ITI, y en qué se los van a gastar. Una día sí y otro también los papeles y los micrófono recogen las declaraciones de los artistas protagónicos, secundarios y hasta de los extras que están para hacer bulto y ruido en la escena, sobre el destino de los más de 400 millones que van a llegar a esta provincia tan ajena a las alegrías presupuestarias y tan huérfana de cariño administrativo. Qué si una carretera, que si un polideportivo, que si una rotonda, que si una plazoleta, que si un teatrico, que si una piscineja, que si tal que si para cual y para lo de más allá. Así llevan semanas amasando la ITI y sus dineros de comarca en comarca y de casa consistorial a casa consistorial prometiendo que la lluvia, de millones, está al caer y que habrá que ir comprándose cubos, barreños, damajuanas, orzas, tazones...
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