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Qué raro es el trabajo




Casi en el principio de todo lo de trabajar se convirtió en condena. Perpetua losa que cayó sobre el fraticida Caín que tuvo que dejar la desahogada existencia que llevaba para ganarse el pan con el sudor de su marcada frente con el árbol de la vida. Árbol que bien podría haber sido un olivo si es que Caín hubiera podido encontrar curro en la provincia. Ya se sabe, y a las listas del INEM me remito, que lo de encontrar ocupación en los campos y mares olivareros es misión casi imposible. Estoy casi seguro de que si Caín hubiera sido de Jaén se tendría que haber buscado el sustento en los hoteles de la costa. Tendría que haber emigrado como lo están haciendo nuestros jóvenes y antes lo hicieron sus abuelos. Entre medias estamos una generación alimentada de espejismos. No hay trabajo en Jaén, como no hay trenes o buenas carreteras, y cada vez lo habrá menos. Los robots han llegado aquí para quedarse y San José Obrero seguirá amenazado por la desaparición de muchos puestos de trabajo que pasaran a formar parte del folclore y de la memoria popular. 

Oficios perdidos como los de segador o buhonero se unirán a los de interventor de banco o delegado provincial de ventas (públicas o privadas).  Lo mismo que serenos, resineros, hacheros, barquilleros, tinajeros y esquiladores han pasado a ser parte de nuestro pasado, los operarios de las cadenas de montaje, soldadores, oficinistas, analistas financieros, vendedores de seguros, cajeros, periodistas y hasta las estrellas de cine, están amenazados de extinción por la inteligencia artificial. Lo mismo que los cines de verano o los videoclubes están condenados a muerte por la voracidad de una tecnología que devora nuestro presente para transformarlo en un incierto futuro. Quien le iba a decir a nuestros abuelos que las varas de olivo iban a ser sustituidas por varas de fibra de vidrio. Que las mulas serían trocadas por motos de cuatro ruedas y que para entrar con la aceituna al molino habría que hacerlo insertando la tarjeta con el microchip de socio en la ranura adecuada. Ahora los olivares se controlan desde una aplicación del móvil y un gotero, por control remoto, deja salir la cantidad exacta de agua y nutrientes. Tiempos modernos en esta tierra antigua. Para qué sirve ya un manijero, un capataz o un encargado. También han despedido a los que pegaban carteles en las campañas electorales. Así no hay quien haga carrera, desde abajo, en la política. Tampoco tienen mejor suerte los secretarios, presidentes y líderes de los partidos. Se largan al paro entre ellos mientras que el desempleo les llega a las rodillas.  Tampoco pinta nada bien lo de la venta al menor y detall con ese gran escaparate, al alcance de un clic, del interné. Hoy sigue siendo el día del trabajo un concepto que se va convirtiendo en una tradición, apenas una fiesta, un día que alimenta el río de coches con conducción asistida por ordenador que pasan por encima del puente

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