Se
acabó una semana, la pasada, dejando claro que la importancia poco o nada tiene
que ver con lo importante. Durante siete días el trafalgar socialista inundó la
bahía de humo de cañonazos y gritos de la marinería. Abordaje de viejos navíos que aún no saben que serán
sustituidos por buques movidos por otros vapores. Naufragios que la galerna
repartirá a babor y a estribor mientras que sigan confundiendo la proa con la
popa. Entre toda esa batahola de cubierta y de las puñaladas en la sentina y la
rapiña de las santabárbaras la vida en la orilla continua. Ayer, sin ir más de
lejos de mi casa, a pocos cientos de metros, la gente del cerosesentayuno se
afanaba en salvar la vida de un paisano y espero que su eficiencia silenciosa y
profesional tuviera éxito. Lo importante aquí coincidía con la importancia y
con los familiares que se abrazaban y confiaban en un final feliz. Cada día de
la pasada semana, la de la anterior y la anterior están repletas de este tipo
de sucedidos que forman parte de la vida. Una vida que no se detiene y que la
viven unas gentes; esas a las que todos dicen ahora apelar, defender y representar;
que la afrontan con dignidad y sacrificio. Es la gente que te sonríe cuando te
sirve el café por la mañana. La que pide por favor un par de cañas al camarero
apurado por la bulla del domingo. La que llena las salas de espera de los
hospitales esperando que no sea nada. La que hace cola ante la ventanilla de la
oficina de empleo. La que sólo recibe cartas de los malajes del banco pidiendo
que regularice su saldo o que tomarán medidas judiciales. La gente que se
arregla para ir de paseo y que tiene a los hijos y a los sobrinos buscándose la
vida en el extranjero. Son los que nunca salen en españoles por el mundo pero
los que llenan los aviones de rayanair e isiyet. Vuelos en los que te cobran más
por una maleta que por el billete. Es la gente que esta mañana madrugó para
poner las calles en las que dicen que se van a manifestar para sacarlos de sus apuros.
Son los tipos que van por delante y aún que conservan a los amigos de la
infancia. Son las mujeres que se ríen cuando les hablan de discriminación
positiva y conciliación de la vida familiar mientras llevan a los niños a la
escuela con unos horarios imposibles. Es la gente que tuvo que dar un rodeo
para llegar a su casa o al curro porque cortaron la calle Ferraz. La misma que
jura por lo bajini cuando circula por Génova. Son los hombres y mujeres a los
que les han roto tantos sueños que ya no confían en nadie. Son los que juran en
arameo en el atasco de la mañana por culpa de la improvisación municipal. La que
mantiene la calma a pesar de ver tirados en la calle, cada día, 100 millones de
euros sin que nadie haga nada. La que cuenta chistes sobre el mareo de la
perdiz que se quiso matricular en el nuevo conservatorio o la que ya se ha
rendido a ver a los trenes sólo en el cine. Esa es la gente que espera que no
le jodan la vida. Que los dejen en paz y que cumplan, como ellos hacen a
diario, con su deber.
Desde hace unos meses que andan los actores políticos de aquí para allá y de allá para aquí dándole vueltas a los millones de la Inversión Territorial Integrada, la celebérrima ITI, y en qué se los van a gastar. Una día sí y otro también los papeles y los micrófono recogen las declaraciones de los artistas protagónicos, secundarios y hasta de los extras que están para hacer bulto y ruido en la escena, sobre el destino de los más de 400 millones que van a llegar a esta provincia tan ajena a las alegrías presupuestarias y tan huérfana de cariño administrativo. Qué si una carretera, que si un polideportivo, que si una rotonda, que si una plazoleta, que si un teatrico, que si una piscineja, que si tal que si para cual y para lo de más allá. Así llevan semanas amasando la ITI y sus dineros de comarca en comarca y de casa consistorial a casa consistorial prometiendo que la lluvia, de millones, está al caer y que habrá que ir comprándose cubos, barreños, damajuanas, orzas, tazones...
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