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VOLANDO




Para que luego digan que en Jaén no pasan cosas. Ya tenemos uno de esos momentos que sirven, como sirvió el hielo que vio por primera vez Aureliano Buendía, para comenzar un calendario. Hoy estamos en el segundo día después del aterrizaje de un helicóptero de guerra en un campo de fútbol de Linares. Mola ¿eh? Para que luego digan que en Jaén no hay ná. Si hasta un chinook de color pardo se dejó caer en la ciudad de las minas volviendo locas a las palomas y a los palomos que se santiguaron pensando: esto es el Apocalipsis nau del sur. Sólo faltó un consejero de la Junta. Pies separados. Brazos en jarra. La corbata flameando por las turbulencias de la doble hélice diciendo: nada me gusta más por la mañana que el olor de una tostada con aceite de oliva virgen extra. Chulo ¿eh? A que les gusta la imagen. Pero no se trataba de nada oficial, sólo fue un pequeño contratiempo que obligó a la aeronave a tomar tierra de urgencia ante las malas condiciones meteorológicas. La verdad es que el estruendo de los rotores hizo pensar, a no pocos, que llegaba algún pez gordo con promesas de acabar con la larga temporada de vacas flacas que se vive en el norte de la provincia. Pero por aquí ya no viene nadie. Los viernes de Zarrías son una época de la que ya pocos se acuerdan o no quieren hacerlo. De aquellos tiempos nos quedan, eso sí, los recuerdos y algunas promesas como aquella planta que iba a montar helicópteros en Andújar, finalmente los Eurocopter Tiger se fueron con sus rugidos y sus misiles a otra parte. Top Gun y el Trueno Azul poco o nada tienen que hacer por aquí. Ahora ya no viene casi nadie. Si acaso algunos tribunos que escoltan a los gerifaltes en la eterna mendicidad del voto.  Pero mientras en Linares el  enorme chinook levantaba el vuelo bajo los acordes de la marcha de las valkirias, Wagner traducido a la taranta, en la capital la sombra de otro ingenio volador perfilaba las caras de asombro y las expresiones de sorpresa de peatones y paisanos que miraban el majestuoso vuelo de un globo. Hasta el cerro del Castillo y su santa, Catalina, se atusaron el pelo y pellizcaron las mejillas para salir favorecidos en las fotos que les sacaban desde aquella canasta. La familia Montgolfier en Jaén. Hasta no hace mucho, gentes notables y candidatos pistonudos, hubieran imitado al doctor Samuel Fergusson y hubieran hecho la campaña electoral a bordo de la canasta de mimbre. Cinco semanas en globo pidiendo el voto. Pero las circunstancias no son las mejores. La gente está mosca y más agobiada que Pulgarcito buscando la salida en una panificadora. No está el horno, hablando de pan, para tantos bollos como nos quieren seguir vendiendo. Volando voy, volando vengo. Por el camino no me entretengo. Sombras de lo que fueron.

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