Hoy
es uno de esos lunes raros. Un lunes que se ha levantado con cara de sábado.
Con los ojos legañosos y de puente. Una jornada que es continuación y antesala
de un martes que amanecerá con el rostro del domingo. Es puente festivo. No ha
laicidades que valgan a la hora de feriar. Viva la Inmaculada o lo que tenga
que vivir para poder tocar pelo en la playa. Insignes republicanos llenaron
mochilas y valijas de camisetas y calzones cortos para festejar la Constitución
que entronizó al monarca. Un puente es un puente y a los demás, en estos días
de asueto, que se los lleve la corriente como en el juego de la oca. Tiro
porque me toca y a otra copa que mañana no hay que madrugar. Un puente largo,
que se hará muy corto, para quienes vacían domicilios y llenan bares, hoteles y
pensiones. Un puente eterno, sin embargo, para los que tienen amarilla la
cartilla del paro. Para los que siguen haciendo cola en las estadísticas que se
escupen a la cara los candidatos, campaña sobre campaña, parapetados en los
atriles de los mítines. Decenas de miles de personas que están de puente
obligado desde hace años. Son los nombres que nadie pronuncia. Son las personas
que dan sentido a los porcentajes que cada mes discuten los tertulianos. Son
decenas de miles de personas que sufren esa gran broma de las tres de la tarde cuando
les enseñan paseos marítimos llenos de gente ligera de ropa. Comedores repletos
de orondos comensales cantando las excelencias gastronómicas de las regiones de
España. Son decenas de miles de personas que se ríen con amargura cuando hacen
esquipe con su hija que está de niñera en Irlanda y se acuerdan de lo de la
movilidad internacional. Son decenas de miles de personas que madrugan para
llenar la plaza del pueblo y ver pasar otro día con cara de nada mientras
empapelan los muros con las promesas de siempre. Son decenas de miles de
personas que apenas llegan a final de mes y no pueden usar la segunda fase del
brasero eléctrico. Son decenas de miles de personas que cuelgan del puente de
la incompetencia a la espera de una solución que sólo parece estar fuera del
paraíso. Son decenas de miles de
personas que forman parte del interior de este paisaje. Son decenas de miles de
personas que se asombran de cómo las ciudades se vacían y llenan con el éxodo
de los vacacionantes. Que no entienden como en sus pueblos los que salen nunca
vuelven. Páramos inundados por las aguas de viejos pantanos. Decenas de miles
de personas que no tienen puente para cruzar al otro lado. A la orilla de la
esperanza. La tranquilidad y la dignidad de ganarse la vida.
En Cataluña dicen que van a cambiar la Navidad por la fiesta de invierno y la Semana Santa por la fiesta de la primavera. Una consejo del Consejo Escolar de la región. Es decir que el popular "caganer" se quedará sin sitio para hacer sus deposiciones ya que en la fiesta de invierno no caben tampoco los belenes. La verdad es que cada día que amanece el número de tontos crece y no paran de buscar agujeros para meter la pata por decreto. Por el momento en los colegios de Jaén está permitido que los chavales se deseen felices Pascuas, pero si la ola catalana prospera de dificil manera se podrá casar ideologicamente la imagen de la alcaldesa socialista entregando, arrobada, su bastón de mando a la imagen de Nuestro Padre Jesús con esta mania de sustituir el crucifijo por una foto del presidente autonómico o a los reyes magos por un vejete con sobrepeso vestido de terciopelo rojo.
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