El
alcázar sí se rinde. Jaén sigue perdiendo su identidad ante la abulia y la
indiferencia de los que contempla este paisaje de suculentas tapas y sin caña.
Nadie la da. Todos se las quieren tomar de gañote. Todos juegan a darle a la
espátula para sacarle la espuma a esta cerveza de los días repetidos. Los
grifos se abren siempre para los mismos. Tipos pilsen que hablan en la barra de
lo fácil que sería hacer negocio con el dinero de los demás. Nunca ponen el
suyo. Se lamentan de la caída de la mítica fortaleza de Jaén mientras beben
cervezas de importación. Son los mismos que mandan cartas al director de
Cahiers du Cinéma protestando por la falta de cines y luego se bajan las obras
completas de Kieslowsky del utorrent. Es la misma peña que despotrica de la
falta de compromiso de concejales,
diputados y senadores mientras que rechazan ir en alguna lista, «yo soy
apolítico y más listo», dicen y siguen pelando gambas con una mano mientras que
con la otra sujetan el cazo por lo que pueda caer. Plateadas añoranzas de esta
Jaén nuestra que añade a su grueso volumen de pérdidas la palabra biscúter.
Botellines que han acabado enterrados por los botellones de cervezas bautizadas
con nombre de alemán inventado. Cerveza loucost con la que pagamos lo caro que
cuesta no mantenernos en el precio de la rentabilidad que da la autoestima de
poder echar la ligá con lo nuestro. Pero la vida sigue y el futuro ya es pasado
con tan sólo leer la palabra. Jaén dejó hace mucho tiempo de fabricar deloreans
y parece que en lugar de regresar al futuro avanza hacia al pasado. No lo digo
yo, ni este poyete, ni los que conmigo pegan la hebra liando picadura bajo el
eslogan: finos también arden. Lo dicen los números que salpican este periódico
de indicadores que señalan a muchos de sus hijos y de sus nietos que se buscan la vida poniendo cañas avalados por un
título de físico en mecánica cuántica. Chavales que le embolsan la compra del
mes con un doctorado en traumatología mientras se buscan un síndrome del túnel
carpiano dándole al teclado de la caja registradora. Estadísticas que ponen de
relieve lo plana que es la realidad jienense. Ahora comienzan a llover piedras
inaugurales, a descorrerse minitelones de plazas y obras públicas, a cavarse
huecos para plantar las semillas de futuros bosques que terminaran secándose en
los cajones de burócratas y chupatintas. Detrás de cada una de estas ceremonias
se servirán caterings regados, generosamente, con vinos y cervezas que ya no
serán de la tierra. El alcázar globalizado
Desde hace unos meses que andan los actores políticos de aquí para allá y de allá para aquí dándole vueltas a los millones de la Inversión Territorial Integrada, la celebérrima ITI, y en qué se los van a gastar. Una día sí y otro también los papeles y los micrófono recogen las declaraciones de los artistas protagónicos, secundarios y hasta de los extras que están para hacer bulto y ruido en la escena, sobre el destino de los más de 400 millones que van a llegar a esta provincia tan ajena a las alegrías presupuestarias y tan huérfana de cariño administrativo. Qué si una carretera, que si un polideportivo, que si una rotonda, que si una plazoleta, que si un teatrico, que si una piscineja, que si tal que si para cual y para lo de más allá. Así llevan semanas amasando la ITI y sus dineros de comarca en comarca y de casa consistorial a casa consistorial prometiendo que la lluvia, de millones, está al caer y que habrá que ir comprándose cubos, barreños, damajuanas, orzas, tazones...
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