De
puertas para adentro nos va quedando poco. Los armarios los fuimos vaciando de
esqueletos que ahora blanquean sus huesos al sol del feisbuc. Lo íntimo está
extinto. Lo íntimo es ya éxtimo. Los que aún guardan parcelas propias al
resguardo del panóptico son rara avis. Tipos antidiluvianos. Fósiles digitales.
Gente sin lain y sin güasap. Basta con pararse a observar, mientras pasea por
la calle, a la multitud que camina absorta mirando el móvil. Sus pulgares han
mutado, son más cuadrados, se han especializado en el manejo de las pantallas táctiles
y de los teclados cuerti de los smarfones.
Dos
chicas pasan por mi lado y las oigo decir
—
sí tía fue muy fuerte. Te lo tengo que contar con pelos y señales.
—¿el
qué tía?
—
lo de la Miriam …
que le hizo la cobra al David
—en
cuanto llegue a casa te llamo y te lo cuento
Más
adelante un señor serio y de corbata con doble nudo windsor se agarra la oreja
y habla a un cablecillo que le cuelga de la solapa del emidiotuchi:
—se
lo dije el supervisor que esa operación era un truñardo
—…
—a
mi eso me la suda yo cobrando mi rapel que les den. Te mando un correo con la
factura.
Un
joven sube por el Paseo de la
Estación con su coche tuneado y del interior del vehículo
salen pequeños terremotos con forma de canción. El ritmo del trance y el jarcor
a toda pastilla firmando un graffiti aéreo. Música compartida a golpes y de
manera obligatoria por un joven que maneja un aipad haciéndose un selfie frente
a un escaparate en el que, una enorme imagen de una muchacha desnuda, comparte
sus secretos epidérmicos con los usuarios de los autobuses urbanos y los peatones
que hablan por sus móviles:
—¡dile
a mama que ya voy!
—¡y
pá esa chominá gastas teléfono! me hubieras mandado un mensaje
—¡te
dejo que me quedo sin megas!
—vale
a las siete te recojo en tu casa
—¡ese
es más malo que pegarle a un padre!
—¡ya
se lo dije, si quiere una parte de la finca que cuide a la tita!
Y todo
esto en apenas unos metros de calle. La gente ya no se guarda nada para sí. Ahora
tenemos contactos éxtimos. La intimidad ha muerto como han muertos las
conversaciones sobre el clima en los ascensores. Ya nadie habla del frío que
hace mientras subes al cuarto. Se consulta la blackberry o se envían mensajes
con una extraña iconografía: «ponte que subo» «estoy en el ascensor con un tío
muy raro que habla sobre si va a llover mañana» «le hago una foto y la subo al
instagrán a ver qué opinas».
Sin cortinas y sin persianas la intimidad es un balcón que da a la calle
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