
La cosa está muy mala, mucho. Tanto que a mí ya ni me llaman desde Sudamérica para seducirme con sus cantarines acentos para que cambie de compañía telefónica. Ya las he probado todas y creo que siempre hablé con la misma muchacha de sedosa voz que me prometía el paraíso telefónico a cambio de mi portabilidad (vete tú a saber que será eso) de mí número de “selular”.
Así que la tal Güendy, creo que se llamaba la chica; aunque lo mismo es un seudónimo; ha dejado de llamarme porque en algún ordenador (computadora diría ella con su acento del altiplano) ha aparecido mi ficha con el subárido de cliente “low consumer”… vamos que no mando mensajes, llamo lo juntos y necesario desde el terminal y que el tuenti y el feisbuc me gusta Carmelo desde la red fina con un computadora de sobremesa.
Así que ya no me queda el consuelo de que me desvelen de los dañinos efectos de las siestas para el lóbulo frontal derecho diciéndome con sonido pampero y deje bolivariano: “¡Hola mi nombre es Güendy! ¿Con quien hablo por favor, es usted el titular de la línea? y sigue ametrallando con su plática con olor a los saltos del Iguazú: ¿está usted contento con su compañía señooor?, ¡al final de esta comunicasssión le pedirán que valoren mi atessssión del 1 al 10! …. Eso ya no volverá a pasar. Podré ver la final de la liga de campeones sin que me interrumpa la prorroga o los penaltys llamándose desde el Matto Grosso interesándose por mi gustos sobre el adeseéle.
Soy un “low consumer” es mi estigma. Lo llevo escrito en la frente. Llego a mi banco y no me agasajan con ofertas de yogurteras o préstamos personales a un interesante interés del 25% TAE. Ni siquiera me escriben ya los del Cofidis diciendo que me están esperando 6.000 euros por tan sólo llamar por teléfono… y todo porque Güendy ya no me llama porque la cosa está mala, muy mala.
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