Haz
lo que yo diga pero no lo que yo haga. Este aserto es cada vez más preciso para
describir la manera con la que se desempeñan muchos de nuestros personajes
públicos. Me vino a la memoria el título de aquella vieja película italiana de
los años 70, “Virtudes públicas, vicios privados”, que narraba parte de la
convulsa vida de Rodolfo de Habsburgo, heredero del trono austro-húngaro. Pero
no quiero escribir aquí de cine del siglo pasado si no de lo que nos viene
ocurriendo en los últimos tiempos en los que el refrán “consejos vendo que para
mi no tengo” es muy útil para explicar a quienes nos rodean. Me explico.
Resulta
que el otro día iba yo a tomarme el cafelico de los sábados por la mañana y
apostarme, estratégicamente, en la terraza de la cafetería que hace esquina.
Desde allí uno ve venir e ir y es punto para ver y que te vean. En esas que
llegó mi compadre Antonio Moreno y charlando charlando me vino a decir que a
todos nos exigen el cumplimiento estricto de la norma y de la regla mientras
que quienes las hacen se las toman con notoria parsimonia y ausencia del rigor
pedido. Me puso un ejemplo:
—Agudo
tu no te has dado cuenta de que en todos los programas de cocina que hay en la
televisión todos hacen los guisos y sus primores culinarios sin pico (pañuelo
que los cocineros llevan al cuello para evitar que gotee el sudor) y sin gorro.
A estos en la vida real les piílla un inspector y los cruje
Y
dije para mí: no le falta razón a mi compadre no sólo no usan el gorro para
evitar llenar de cabellos la receta que están preparando si no que además
llevan melenas y barbas sin más arreglo que el del aire que les da. Pelo al
viento, pelos al plato
Es
decir que lo mismo que a los que ahora estamos declarando lo de la Renta nos equivocamos
al poner una equis en otra casilla que no sea la correcta y nos meten un arreón
con embargo y recargo mientras que al ministro/a de Hacienda de turno se le
pasa la fecha de ingresarnos la devolución en plazo no le embarga nadie la
nomina. No hay güevos de meterle un rejón por la demora. No, no somos iguales.
Es como lo de los futbolistas de elite que salen de la sesiones de
entrenamiento a bordo de molones automóviles. Coches carísimos que parece que
no están dotados en su equipamiento de cinturones de seguridad. Fijaos, fijaos
que por ir así en una rotonda a mí me cayeron 200 euros y no pude hacerme un
Piqué ante el agente policial. Anoten cómo los que deciden la subida de
impuestos al gasoil y las gasolinas jamás los has visto retirando el boquerel
del surtidor para llenar el tanque al Falcón. Cómo el tipo que dijo que en su
casa pagaba 60 euros de luz al mes siendo cuatro de familia. O pone muy pocas
lavadoras y tiene el aparato de aire acondicionado de adorno en la fachada o
está a la espera de que lo coloquen en un consejo de administración.
Se
quejan y nos riñen de que los ciudadanos tomamos poco el transponte público y a
sus señorías les dan tarjetas con tres mil euros en taxis de gañote y luego no
controlan los abusos de las compañías de transporte que tienen malos horarios y
peores servicios. Es decir que nos obligan a todos a llevar gorro dentro de la
privacidad de nuestra cocina mientras que ellos se sueltan la melena guisando
paellas con cargo al presupuesto público
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