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ERROR EN EL ENVÍO



Pasaba la procesión en todo su esplendor de palmas y ramas de olivo. Atronaba la banda de cornetas y tambores y el cielo de abril descorría las cortinas para que el sol le sacara los dorados al pan de oro y argénteos brillos a báculos e incensarios. La muchedumbre enfundada en trajes de estreno y ropas aún con la etiqueta caliente se arracimaba en las aceras y buscaban la sombra para saludar el paso de Jesús entrando a Jerusalén. Los capataces hacían uso del llamador y del prístino sonido de la campana. Imagen, trono y portadores eran sólo uno y la emoción embargaba a los presentes, que móvil en ristre, inmortalizaban la escena en fotografías e imágenes para compartirlas en tiempo real con el resto del mundo. La Semana Santa hiperconectada a las redes y extendiéndose de teléfono en teléfono en una red compuesta de infinitos hilos. Las autoridades sujetaban las palmas cargadas de barrocas florituras. Las fuerzas vivas se dejaban ver a su pueblo recordándoles que el mes que viene habría que votar y elegirlos de nuevo. Penitentes, aguadores y decuriones se abrían paso entre el bosque de objetivos y lentes en un esplendente Domingo de Ramos hasta que las redes dejaron de funcionar y los mensajes de error en el envío inundaban las pantallas. Las palmas seguían meciéndose con el acompasado paso de los costaleros y las ramas de olivo se cimbreaban ajenas a los miles de ojos que buscaban una respuesta al fallo del algoritmo que maneja los intestinos de Facebook, Whatsapp e Instagram. Había quien golpeaba a su máquina a ver si con el zarandeo se recuperaba la conexión. Pero no surtía efecto. Unos a otros se preguntaban si su móvil tenían datos, conexión o megas suficientes y la desazón fue extendiéndose entre la multitud. Decenas de miles de fotos del Nazareno a lomos de un pollino se quedaron atascadas en las bandejas de salida y bañadas por la roja luz del mensaje de alarma: “reintentar, reintentar, reintentar…” Cientos de horas de vídeo de los mejores momentos del Domingo de Ramos se acumulaban en la memoria micro SD a la espera de ser evacuadas por el éter a la búsqueda de puerto y bandeja de entrada. Cientos de miles de autorretratos con la familia y la pandilla se apretujaban en la galería mientras que los usuarios de las redes notaban la urgencia de reconectar con los demás y buscaban las alternativas  de Twitter y Telegram para preguntar y ser preguntados si sabían las causas del apagón de sus redes sociales favoritas. Mientras los niños pedían polos y helados y, como toda la vida, se llenaban de lamparones de chocolate la pechera de los nikis recién estrenados. Las adolescentes, encaramadas a vertiginosos tacones nuevos, tecleaban inútilmente sus Galaxys e IPhones. Los adolescentes se veían prietos en las chaquetas pechopalomo que tan de moda están como eso tupés en crecimiento recortados a escuadra y cartabón.
Jesús pasó rumbo a su martirio y en las calles la gente seguía incomunicada. Tal repercusión tuvo la caída de las populares redes sociales que sesudos periódicos comenzaron a hacerse eco del silencio que rebotaban en los desvanecidos muros de Facebook, Whatsapp e Instagram. Hasta los telediarios y los tertulianos abordaron el asunto que se coló en la escaleta preñada de mítines, de gilipolleces del youtube e imágenes de gente en la playa.
Aún no había regresado Jesús al templo, aquel que dejó vacío un día látigo en mano de mercaderes y tratantes, cuando la normalidad volvió a los dispositivos y las imágenes, los videos y los selfies fluyeron otra vez sin problema. Se escuchó en la ciudad un suspiro de alivio y millones de alertas de mensaje entrante

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