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FLAVIO FERNÁNDEZ Y TITO DOMICIANO



Hace unos años atiné a toparme con el alcalde de Linares, Juan Fernández, en uno de los carriles de la vieja Cástulo. Se bajó de un baqueteado LandRoverSantana (no podría haber sido de otra manera) y estuvimos charlando unos minutos del enorme legado que aún se escondía debajo de las tierras que levantan ese curioso altiplano sobre el Guadalimar. Recuerdo que me dijo que Linares debería ganarse su futuro con el espléndido pasado que atesoran los restos de su rica historia. Ahí todavía andaba Fernández ajeno a lo que le deparaba su futuro y que no iba a ser muy diferente a lo que le ocurrió a Domiciano, el emperador romano al que le dedicaron el mosaico de Los Amores y que caído en desgracia, emperador y templo fueron enterrados por la damnatio memoriae. Es decir que a emperador muerto emperador puesto que se dedicaba a borrar de estelas, templos, epigramas, estatuas, zócalos y demás obra pública el nombre del monarca defenestrado.
A Fernández le está ocurriendo como a Domiciano. Están a punto de acabar con su historia política acusándolo de graves irregularices contables y daños patrimoniales al partido. Todo en un abrir y cerrar de ojos de los patricios socialistas que en las últimas décadas no se dieron cuenta de nada de lo que estaba ocurriendo dentro del palatino partidario. Aunque ya se sabe que las mayorías en las urnas cómo las victorias en las Galias y en Germania ayudan a emborronar la visión y aquellos generales avisados en el campo de batalla suelen ser torpes en las escalinatas senatoriales.
Si no que se lo digan a Miguel Moreno, todavía burgomaestre de la histórica Obulco. Porcuna de pasado imperial y cuyo regidor también conoció a los togados que terminaron por darle matarile bajo la atenta mirada de Júpiter Tonante. Está claro que los generales que son capaces de mandar a las legiones y conseguir el respeto de los legionarios que las conforman suelen convertirse en un peligro para los césares.
Me recuerdan ambos, hoy que este Poyete lo escribo asomado al pretil de la  puerta norte de la mítica ciudad de Cástulo, al noble Cneo Julio Agrícola que domeñó a los levantiscos Caledonios y sometió las tierras, que ahora son Escocia, a los designios imperiales y no dudó en romanizar a los hoscos bretones con una atinada estrategia militar. Sin embargo aquellos éxitos levantaron la mosca de los celos de Domiciano que, tras el regreso triunfal de Agrícola le hizo el vacío de la corte y le bravo general fue olvidado, lejos de la corte, hasta su muerte.
Claro está que a Tito Flavio Domiciano no le fueron mejor las cosas ya que fue asesinado en sus propio dormitorio y su memoria, cómo su cuerpo reducido a cenizas. Lo de si la historia se repite o no lo dejo a consideración de mis lectores que deberían visitar las ruinas de Cástulo donde se esconde el viejo esplendor de estas comarcas hoy tan lejanas para los que toman las decisiones en los palacios

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