El
otro día me llamaron desde una empresa que se dedica a realizar encuestas. Era
una voz femenina, agradable, con un regustillo en el timbre a «no me cuelgue
que me juego el puesto». Andaba yo, en ese momento, a la caza y pesca de la
mosca por lo que me dejé hacer por teléfono. Mi interlocutora me dijo que se me
había elegido por ser un paradigma del target estadístico que andaban buscando
para cruzar, como si fuéramos perros de distintas camada, mis datos con los de
otros segmentos poblacionales y así, sacando la moda, media y mediana tener un
retrato robot de la gente del común que vive en este país. De esa manera
sabrían cómo somos, a qué nos dedicamos, qué nos jode y molesta, qué es lo poco
que nos gusta y sobre quién o qué dejaríamos, si fuéramos bandadas de palomos,
caer nuestra palomina. La encuestadora me dijo que me pusiera cómodo, que la
cosa duraría algunos minutos y comenzó a desgranar las preguntas de una lista
elaborada por sus sesudos y avezados jefes o por algún becario mal pagado,
licenciado en Políticas y Sociología, Física Cuántica y Mercadotecnia, con dos
B-1 en Inglés y en conducción de ambulancias, con dos másteres de 10.000 euros
la pieza y un grado en fontanería de emergencia. Así que comencé a responder educadamente
que, como ciudadano medio, me levanto cada mañana con la aviesa intención de
seguir robando, de mil y una maneras distintas, a Cataluña. Qué cuando veo una
señal de «prohibido circular a más de 50 km/hora» en una autovía piso el
acelerador con saña para hacerle la vida imposible a los gerifaltes de la DGT. Que
aparco en doble fila a mala leche aún habiendo sitio en los barrios de
alrededor. Le respondo a la preguntona que, como ciudadano medio, empiezo a
leer el periódico por la última página y que me salto las entrevistas en
profundidad con alcaldes, diputados, consejeros y presidentes. Que me hago mala
sangre y nada más que por joder, no por las comisiones con las que nos sablean,
he renunciado a sacar dinero del cajero automático. Que me alegro y mucho porque
soy un incívico y un insolidario, cuando Montoro el de Hacienda, me tiene que
devolver lo que me cobró de más. Que a cosica
hecha, solo por malmeter, colaboro con un oenegé para molestar a los que ponen
cara de pena y que, sin haber recibido todavía un sirio, ya se han gastado la
intemerata en comisiones reuniones y dietas de viaje con cargo a la cosa
pública. Que soy un ciudadano medio que miento en las encuestas y a mi médico
cuando me pregunta por la dieta. Que soy tan malo que no leo los carteles que
anuncian las obras públicas. Que aconsejo a los que me visitan que vengan en
tren para que se den cuenta de cómo está el servicio ferroviario. Que le invito
a que acudan en masa a Cástulo para obligar a los del presupuesto a que se
sigan gastando ahí los fúles en lugar de en asesores. Que incordio a los
turistas para que vayan a la oficina de Información y pregunten por el horario
del museo de Arte Ibérico. Que conspiro con otros colegas haciendo circular
rumores infundados sobre los horarios y paradas del tranvía. Que pago la
contribución el último día del plazo y que también lo hago con los de la luz y el
agua, para ponerlos en nerviosos y sepan quien manda aquí. Que cómo ciudadano
medio que soy estoy cabreao como una mona con tanta ineficacia e incompetencia…
fue ahí cuando me di cuenta que habían colgado
En Cataluña dicen que van a cambiar la Navidad por la fiesta de invierno y la Semana Santa por la fiesta de la primavera. Una consejo del Consejo Escolar de la región. Es decir que el popular "caganer" se quedará sin sitio para hacer sus deposiciones ya que en la fiesta de invierno no caben tampoco los belenes. La verdad es que cada día que amanece el número de tontos crece y no paran de buscar agujeros para meter la pata por decreto. Por el momento en los colegios de Jaén está permitido que los chavales se deseen felices Pascuas, pero si la ola catalana prospera de dificil manera se podrá casar ideologicamente la imagen de la alcaldesa socialista entregando, arrobada, su bastón de mando a la imagen de Nuestro Padre Jesús con esta mania de sustituir el crucifijo por una foto del presidente autonómico o a los reyes magos por un vejete con sobrepeso vestido de terciopelo rojo.
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