Vuelvo
a sentarme en este poyete de papel tras mantenerme a buen recaudo durante estas
semanas de verano. Reabro la cancela. Subo las persianas y voy dejando entrar
el fresquito que nos alivia de tanta alerta roja, naranja y amarilla. Semáforo
de las temperaturas que ha vuelto a llevar a esta provincia a los telediarios.
Conectamos en directo con el termómetro de la Avenida de Madrid que alargó su
sombra desde los cuarenta grados de los que nos ha costado tanto bajar. El
calor en Jaén es como el paro: no hay quien lo pare. Tampoco es fácil parar a
esos dinámicos reporteros de la televisión que manoteaban ante la cámara e
invadían el espacio vital de señoras que se abanicaban o de los transeúntes que
iban a sus asuntos y se veían impelidos a declarar, ante los espectadores, como
soportaban tan insoportables temperaturas. Para muchos espectadores los
jienenses somos una gente brava y
curtida, que se abanica, que bebe agua cuando tiene sed y que es capaz de
sobrevivir a unos estíos que parece que han salido de la memoria de Pascual
Duarte. Los tópicos se vuelven típicos. Típicos tópicos, tópicos típicos,
¡tíoooo! que cantó el Paco Herrera en un
tiempo en el que las canciones parecía que podían cambiar algo. En Jaén nadie
canta o lo hace muy desafinado. El paisaje sigue igual que lo dejamos. El
cursor del procesador de textos sigue parpadeando en el mismo lugar donde lo
dejamos en junio. Basta repasar la hemeroteca y los asuntos pendientes han
dejado de serlo para convertirse en interminables. Ejemplos los tenemos a la
vuelta de cualquier esquina en la ciudad de Jaén donde Junta y Ayuntamiento
siguen como las vías del tranvía. En paralelo y sin encontrarse jamás. Vectores
en un plano cartesiano más interesados en aislar sus casillas que en unirlas.
Factor de coordenada descoordinación que siguen haciendo la puñeta. Menos mal que algo si que funciona bien en
esta provincia, y no me refiero al expendedor de números en las oficinas del
paro. Aludo al incasable ingenio colocado en el desfiladero de Despeñaperros.
Azote de infieles y martillo de herejes del código de circulación. Nombro al radar
de tramo de la A-4, el de la Madrid-Sevilla, ese que te mide a la velocidad que
entras y a la que sales. Si corres que ta las pelas. Si has tardado menos tiempo
del estipulado por la norma va y te suelta una colleja sancionante que te
golpea desde León. Te deja con las patas colgando. Es el fotomatón que más
multa de la provincia. Hace más fotos que un padre en la comunión de su niño.
Prácticamente pone el triple de multas que los otros doce radares fijos que la
DGT mantiene enchufados en la provincia. El flash se le dispara casi 30 veces
diarias y su álbum del año pasado tiene 10.796 retratos. Eso es efectividad y
no la de los encargados de las obras públicas a los que les han vuelito a
retallar los olivos cortados en algunos tramos de futura autovía o les salen la
higueras locas de los rincones de los muros de edificio oficiales que huérfanos
de albañiles y presupuestos. Más radares y menos titulares.
Desde hace unos meses que andan los actores políticos de aquí para allá y de allá para aquí dándole vueltas a los millones de la Inversión Territorial Integrada, la celebérrima ITI, y en qué se los van a gastar. Una día sí y otro también los papeles y los micrófono recogen las declaraciones de los artistas protagónicos, secundarios y hasta de los extras que están para hacer bulto y ruido en la escena, sobre el destino de los más de 400 millones que van a llegar a esta provincia tan ajena a las alegrías presupuestarias y tan huérfana de cariño administrativo. Qué si una carretera, que si un polideportivo, que si una rotonda, que si una plazoleta, que si un teatrico, que si una piscineja, que si tal que si para cual y para lo de más allá. Así llevan semanas amasando la ITI y sus dineros de comarca en comarca y de casa consistorial a casa consistorial prometiendo que la lluvia, de millones, está al caer y que habrá que ir comprándose cubos, barreños, damajuanas, orzas, tazones...
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