
Artículo para el programa de fiestas 2010 de Bailén
El año en el que pusieron farolas en el Vivero seguro que pasaron muchas mas cosas en Bailén, pero ninguna armó tanto revuelo como la instalación de iluminación en el parque Eduardo Carvajal. Un lugar, que quieren que les cuente yo a estas alturas de su vida, que además de servir de solaz y tonificante paseo también; algunos cuentan que sobretodo; se utilizaba para dar y recibir alivio en una España en la que las parejas lo tenían casi tan crudo como los caseros de la famosa serie “Un hombre en casa”, el celebérrimo matrimonio de los Roper por su escasa vida marital.
Si amigos el progreso, la democracia y los ediles de la época no podían dejar a oscuras aquella parte del pueblo en plena fiebre nacional en la que, por doquier y en todos los pueblos de España, se comenzaron a levantar calles, poner aceras, pulir aceras (igual que el sr. Miyagi en Kárate Kid) para da a las ciudades otro aire más “urbanita”, más moderno, que rompiera con aquel oscuro pasado de más de 40 años que decían los manuales de la época. Por lo tanto aquella “zona de sombra” tenía que desaparecer, sí o sí. Y que causó algunos daños colaterales y no poco revuelo entre los mozos y las mozas bailenenses que estaban en esa edad en la que las urgencias hormonales apenas se pueden contener.
Ahora, con la perspectiva que da el paso del tiempo, puede resultar extraño que colocar unas cuantas farolas en un jardín causara tanto rechazo, pero es que en el Bailén de la época lo de meterse mano era bastante complicado y requería no poco esfuerzo, paciencia, imaginación, destreza y hasta una especie de ritual que paso a explicarles:
En Bailén lo de salir de paseo no era un eufemismo. Se salía a pasear de verdad, cogidos de la mano o del brazo y los sábados y los domingos la Avenida de Málaga (ahora de Paradores) era un hervidero de gente que se acercaba a “tomar café´” al Snack Bar o al Albergue para redondear la jornada. No era raro distinguir a los casados de los que aún estaban por pasar por vicaría. Los primeros iban con un niño y una radio de pinganillo: el niño iba con la madre de la mano y el pinganillo de la oreja del marido escuchando el “carrusel deportivo”. Sin embargo las parejillas de novios iban amartelados, con el brazo de él por encima del hombro de ella. Comiendo pipas y maíz tostado “Churruca” y dando una vuelta tras otra hasta que iba oscureciendo.
Llegado este punto, cuando el sol se iba dejando caer por el horizonte, los niños, los matrimonios y algunos despistados se quitaban de en medio y comenzaba una curiosa coreografía entre las parejas de novios que se hacían las remolonas al atardecer.
Una vez detectada la señal no escrita, en un momento determinado que serái difícil ubicar exactamente, ya que todo dependái de muchos factores y variables, abandonaban la avenida de Málaga y se adentraban en la oscuridad vegetal del parque Eduardo Carvajal. Su paso era silencioso, pausado, sin prisas pero con determinación. Si uno se encontraba a unos conocidos saludaba quedamente y bisbiseando y se seguían vagando por los vericuetos del vivero en busca de un banco libre…
…ese era el quid de la cuestión pillar un banco. Sobre todo los que había debajo de los frondosos sauces llorones que daban una calida acogida para dar y darse al amor. No era raro que dos parejas distintas atinaran, desde lugares divergentes, a lanzarse sobre el mismo objetivo. Así se iniciaba una carrera sin aspavientos, pero obstinada que jamás, eso nunca, provocaba discusiones: ya se sabía que tarde o temprano hay que terminar en estas cuestiones que hoy nos ocupan… así que paciencia y a dar otra vuelta
Lo que ocurría en aquel parque al abrigo de las sombras y las ramas de pinos, castaños y sauces, era sabido y tolerado por casi todo el mundo y era uno de esos lugares en los que había una mayor seguridad para los primerizos amantes porque la alternativa no era otra que irse a los “carriles” y lo de andar sólo y lejos del pueblo podría desembocar en una situación embarazosa (y no se trata de ningún juego de palabras). Allí en el Vivero había seguridad porque, aunque cada uno iba a lo suyo, eso de tener una mano amiga cerca (esto tampoco tiene doble sentido) daba tranquilidad.
Así andaban las cosas la gente se daba el “filete”, el “lote”, se “metía mano” o se “morreaba”… hasta que se hizo la luz… por culpa del ayuntamiento. Hubo quien, tozudo o muy enamorado, se opuso al progreso y en las primeras semanas las farolas se fundían con una sospechosa facilidad y frecuencia.
Pero no se pueden poner puertas al campo ni tapar el sol, en este caso una farola, con el dedo. El mundo cambiaba de manera irremediable. Los concejales se salieron con la suya . así que lo de darse el filete quedó para las dietas bajas en calorías. Lo de pegarse el lote para los productos de regalo en Navidad, pero seguro que muchos de ustedes que ahora leen estas líneas guardan todavía el recuerdo de aquel torpe primer beso que aún les pone la carne de gallina.
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