
Se suele mensurar la importancia de un cargo público por la cantidad de personas que lo secundan en cualquier acto público. Es una especie de corte en la que, dependiendo de la cercanía la baranda en cuestión, se es más o menos querido por el poderoso.
Dentro de este grupo selecto hay castas; quien lleva los papeles del jefe, quien lleva la chaqueta del jefe, quien lo mira arrobado cada vez que los flashes se disparan, quien le susurra al oído a quien si y a quien no debe saludar. Quien le moja el pan en las degustaciones de los platos típicos populares, quien le filtra las llamadas y quien solo pasaba por allí y se quedó para siempre al calor de la nomina pública.
El poder nunca va solo
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