
Es que no lo puedo evitar. En cuanto le ponen al asa de mi maleta una pegatina numerada y la meten por un oscuro pasadizo, que vete tú a saber dónde conduce; me pongo malo y empiezo a barruntar la maleta seguro que me la pierden. Ahora en un recalcón se le cae la pegatina y en lugar de ir a Gijón acaban en Montreal o en un perdido aeródromo de Guinea Papúa. Y venga darle vueltas al mismo asunto hasta que no la veo como la escupen en el lugar de destino por ese agujero misterioso que hay en todos los aeropuertos.
Pero como les decía es tal mi angustia por perder la maleta, mejor dicho porque te pierdan la maleta, que siempre que viajo en avión llevo todo doble. Camisa, pantalones y por supuesto gayumbos y camiseta de tirantes. Así si el pollo que empuña la lectora del código de barras la caga; mira que es difícil que la caguen , pero lo hacen no se sabe bien cómo; tener ropa de quita y pon y no tener que comprarte camisetas 2 tallas pequeñas en el pullanbir por que son las únicas que están en oferta y que se te escueza el sobaquillo hasta que te aparezca la valija, eso sí, como salida del estomago de un mamut.
Todavía recuerdo el ruido que hacían los platos de la vajilla de cerámica jordana al romperse y que se había comprado un joven matrimonio para fardar en su pisito. Mientras mirábamos el brillante aluminio de la cinta transportadora tragarse para siempre dos mochilas en las que pedia auxilio un estuche con lodos del Mar Muerto.
Ya les digo que me pone de los nervios eso de desprenderte de la maleta y no poder llevarla entre los pies por si refresca y necesitas una rebequita. Tanto quiero a mi maleta que me hizo hablar como un parisino cabreado en Bruselas, teniendo en cuenta que yo no tengo ni idea de idiomas le espeté al listo que le echó mano a mi samsosite “escuse moi monsieur, la valit cést moi”
Pero como les decía es tal mi angustia por perder la maleta, mejor dicho porque te pierdan la maleta, que siempre que viajo en avión llevo todo doble. Camisa, pantalones y por supuesto gayumbos y camiseta de tirantes. Así si el pollo que empuña la lectora del código de barras la caga; mira que es difícil que la caguen , pero lo hacen no se sabe bien cómo; tener ropa de quita y pon y no tener que comprarte camisetas 2 tallas pequeñas en el pullanbir por que son las únicas que están en oferta y que se te escueza el sobaquillo hasta que te aparezca la valija, eso sí, como salida del estomago de un mamut.
Todavía recuerdo el ruido que hacían los platos de la vajilla de cerámica jordana al romperse y que se había comprado un joven matrimonio para fardar en su pisito. Mientras mirábamos el brillante aluminio de la cinta transportadora tragarse para siempre dos mochilas en las que pedia auxilio un estuche con lodos del Mar Muerto.
Ya les digo que me pone de los nervios eso de desprenderte de la maleta y no poder llevarla entre los pies por si refresca y necesitas una rebequita. Tanto quiero a mi maleta que me hizo hablar como un parisino cabreado en Bruselas, teniendo en cuenta que yo no tengo ni idea de idiomas le espeté al listo que le echó mano a mi samsosite “escuse moi monsieur, la valit cést moi”
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