Ando esdrujuleando. Buscando palabras con acento en la antepenúltima sílaba. Palabras que le dan pisto al orador novato y reconocimiento al parlanchín veterano. Ando atildado, llamando a la tilde de Córdoba con el gracejo que le hace el termómetro a las gárgolas de sus iglesias y a los pífanos que soplan los ángeles con el arcángel San Rafael. Ando, digo, de página en página. Mirando palabras con acento en la a de África, ese penúltimo continente en el que los cánticos saben a oxígeno que debe ser lo único gratis que queda en el cántaro húmedo de la vida. Pienso en bolígrafos y en teléfonos bisílabos con kilómetros y kilómetros de cable que como clavículas dibujan las películas de las voces que se esconden en las máscaras de cíclope que nos dan ánimo o pánico. Según venga. Busco esdrújulas que expliquen esta sensación de pánfilo, crápula, sólido y rústico. Miro a los políticos y les veo la tilde pequeña y aguda y a la política un acento demasiado grave. Se me cuelan acentos circunflejo...