Arde
este poyete de papel con las calores que descargan en la siesta jienense. La
línea del horizonte titubea su realidad entre la calima que se desprende de los
pueblos y ciudades que sudan por los poros abiertos en sus muros y tapias.
Glándulas sudoríparas hechas de plástico y gas freón. La gota gorda que se desagua
por los respiraderos de los aires acondicionados. La palabra calor se ha hecho
divina y se encocora en todas las conversaciones de ascensor, de despacho y
de esquina. Arropado el calor por una
cohorte de sustantivos, todos íntimamente relacionados con verbos de
conjugaciones sofocantes, asfixiantes y agostantes. El calor se ha hecho un sujeto imprescindible en todos
y cada uno de los predicados que buscan alivio en las escasas sombras que dan las
tildes y las diéresis. Dicen algunas frases intransitivas, cotillas y chismosas
como ellas solas, que le han puesto un sintagma en el mejor barrio de estas
páginas. Las oraciones intransitivas nunca han tenido objeto ni objetivo que
fuera otro que la charla hueca. Calor, dicen, que ya vive en uno de esos
lugares donde dan envidian las boinas que lucen las enes. Sombreros que las
convierten en elegantes y exclusivas eñes que sólo se toman copas con las
cedillas y los exclusivos puntos y comas. La realidad se diluye entre la flama
y los titulares esquinados con las tramposas comillas que tanto significado se
comen.
Así
está Jaén este verano como un texto que necesita alguien que le haga un buen
comentario. Que alguien le hurgue profundo en busca del punto donde está la gé.
Que le pongan duras las bajuras de las uves y las alturas de las bes. La
provincia y la ciudad necesitan que le den un refrescón, que la espabilen con
un buen revolcón entre las gavillas recién cosechadas. Que la espabilen de la
modorra a la que la induce la lluvia de zetas que cae desde los despachos y
ventanas oficiales. Que se descubra el grano que esconde tanto humo de pajas.
Los altoparlantes repiten la melopea sedante a diario. como esta modorra
estival que nos coge fuera del abrigo del emparrado y del botijin de urgencias
lleno de aguanís. Necesita este paisaje y su paisanaje que las admiraciones se
yergan enhiestas enmarcando sus frases y que éstas sean menos oraciones. Hay
que hacer más seguido puntos y apartes y no dejar que el mar de olivos sea un
mar menor y pequeño. Apenas una manga corta para tan larga temporada de sequía,
prolongada ausencia de lluvias, anoréxica etapa de inversiones y eterna
inacción. Arde este poyete de papel con el calor del verano. Nos leemos en
septiembre
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