El
otro domingo la gente del común fue a votar lo que salía de lo más íntimo.
Algunos lo hicieron como en la antigua Roma se testificaba, alzando la mano
izquierda y apretándoselos bien fuerte con la derecha (testificar deriva de
testículo). De esa guisa confiaban lo más preciado de la anatomía a que se
decía la verdad y nada más que la verdad. Otros acudieron a votar por su primo
o por el cuñado que se metió en política y no para de dar la murga en la cena
de Nochevieja con lo jodío que está el pueblo y de cómo él lo desjodería. Hay
quien votó para mantener a un fulano en el cargo para ver si, con otros cuatro
años, hace algo en los próximos ejercicios y deja de tocárselos; el fulano; sin
tener que jurar por pura molicie. Votantes que dejaron caer la papeleta como un
bofetón en la jeta de los que le mintieron con lo de las farolas, el parque y
los baches. Asuntos que medraron con la humedad de la incompetencia manifiesta.
Ciudadanos que ejercieron su derecho para pedir que sus derechos no fueran de
papel. Señoras y señores que lo hicieron, lo de votar, para que no les sigan
tomando por gilipollas en cada campaña electoral. Electores que exigen que los
pasos de cebra hay que pintarlos cada seis meses y no sólo cuando el BOE
convoca las municipales.
Así,
con este tono y otros por el estilo, las papeletas iban cayendo el domingo una
encima de la otra perfilando un paisaje en el que lo que antes valía, el ordeno
y mando porque soy el tío/tía de la vara, ahora ya no sirve si no va acompañado
de acuerdos y consensos. Así que en ello están ahora los electos, con una clara
falta de oficio y de vocación en la charla con el contrario. Los próceres hacen
de tripas corazón y quedan a tomar café y se intercambian teléfonos, se
guasepan y se amistan en el feisbuc y el tuiter. Hablan con los otros y buscan
con los unos las piedras clave que sostengan la bóveda de los pactos. Acuerdos
imprescindibles en muchos pueblos y ciudades en los que la mayoría ha pedido
que sean las minorías las que se pongan ya a trabajar y no a jugar secretas
partidas de parchís en la que las cosas públicas se convierten en privadas. En
las que las puñaladas traperas se volverán con el navajero.
Arreglar una farola
no es cuestión de ideología. Sustituir la baldosa rota de una plaza nada tiene
que ver con los planteamientos keynesianos. Reparar un desconchón no es de
neocones ni de indignados, es de gente con sentido común. Limpiar las fuentes y
barrer las calles es algo imprescindible y en lo que Hobbes y Fourier estarían
de acuerdo. Recoger la mierda de las mascotas es un deber de los dueños de los
animales. Enderezar todos los fiascos cometidos en villas y ciudades es
responsabilidad de nuestros representantes. Para eso han sido elegidos y por
esos quienes las cometieron deben hacerse a un lado y no insistir en sus
errores. Por muy rentables que les hayan salido. Te lo juro, lector, levantando
la mano izquierda mientras con la derecha me los sostengo al estilo romano
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