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Anda Susana perdida en su laberinto preguntándose ¿quién la habrá robado el queso y el peso del armiño? Recorre los pasillos conjugando el verbo dialogar en futuro imperfecto del subjuntivo: yo dialogare, tu dialogares, el dialogare, nosotros dialogáremos, vosotros dialogareis, ellos dialogaren.
Las fuertes pisadas retumban por los corredores solitarios a la espera de que pase algo. Tacones de aguja, suelas de esparto, de goma y cuero. Mocasines, bambas, deportivas y botas de acampada. La discusión va a ras de suelo para no ser captada por los radares. Quizás por eso le pidieron a algunos periodistas que se pusieran de rodillas ante Susana para recoger sus palabras, ocurrió en la bulla expolivera, y por eso mismo todos nos quedamos de pie, sacando la cabeza por encima de tanto recoveco y jerigonza para tapar vergüenzas propias y ajenas.
El asunto está tan embrollado como dos cachorros de gato con una madeja de bramante. Los caminos, los conocidos y los secretos, los transitan banderizos y vicarios, villanos y maestres, lacayos y caporales, ladinos y petimetres en busca de ungüentos y bálsamos que curen heridas, de emplastos y pomadas que alivien picazones y sarpullidos y bebedizos y pociones y filtros de amor para seducir al contrario y preñarlo, si que se de cuenta, en los almiares de los palacios.

Así andan las cosas con una muchedumbre que llenan plazas y villorrios de altoparlantes, cartelones y barahúnda partidaria que se deja caer encima de los sedimentos de la última llamada a sufragio que todavía no se retiró por falta de quienes deberían dar la orden y por ausencia de aquellos que deberían recibirla. No nos ha dado tiempo a lavar y zurcir los uniformes de las regionales cuando ya tenemos que preparar las calzas y  los jubones de los gremios para elegir a alcaldes y corregidores. Así que vuelve la matraca y el soniquete de las distintas gremiales y germanías. Vocerío que se deja caer como el polen que, de manera generosa, eyaculan a la vez 64 millones de olivos en un émulo de la escena álgida de un folletín de orgasmos e intercambio de fluidos corporales.

Jaén anda como Macondo, ensimismado en su neblina amarilla, viendo como los olivos se suicidan dejándose correr con la tierra en las comarcas más esquinadas mientras Ernesto Medina los fotografía en su último espasmo, contrayendo el tronco y yéndose, corriéndose en una nube de asma. Puede que lo hagan asustados por las noticias de un asesino en serie que aterroriza a sus primos de Linares. Ya le llaman Jack el Podador. Ataca con un hacha o una motosierra y las autoridades, o lo que queda de ellas tras dos campañas electorales, han tenido que levantar los cadáveres de varios falsos plátanos de sombra bajo la atenta mirada del juez. Los árboles de Jaén protestan expulsando más y más polen, piden justicia y que no haya impunidad para el autor. Susana, perdida en su laberinto, sigue pensando ahora en árboles, no en los asesinados, sino en aquellos en los que colgar las pancartas pidiendo el voto en la tercera justa electoral que se nos avecina



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