Gilipollas. Eso debemos parecer. Por lo visto tenemos cara de serlo. Evidenciamos que no somos capaces de gobernar nuestras vidas con tino y que, sólo gracias a sus desvelos conseguimos salir adelante. O por lo menos eso se desprende de las mil y una regulación que se sacan del ataché de piel de cocodrilo para pastorearnos para que no nos despeñemos, como verdaderos gilipollas, en el abismo de la gilipollez.
Así que nos siguen llenado la vida de carteles. La cabeza de advertencias. La cartera de facturas. El corazón de incertidumbre. El sexo de picores. La nómina de retenciones y el parabrisas del coche de multas.
Son incansables, para nuestro bien por supuesto, y siempre nos aconsejan lo mejor para nuestra vida: no fume, no respire el humo de los demás, no beba si va a conducir, caliente las rodillas antes de echar a andar, no cruce con la luz roja, no cruce con la luz verde, no derroche luz, no queme tanta gasolina, lea con bombillas de bajo consumo, atrase el reloj, adelante el reloj, madrugue, no trasnoche, gaste, ahorre, camine, suba al tranvía, no suba al tranvía, baje del tren, no sea sedentario, no se mueva que le estoy cacheando, hipotéquese… pero no tanto, vote, no vote, vea cine español, reniegue del cine patrio, decántese por Messi o por CR7 y olvídese del fútbol, lea este libro, no lea ese libro, crea en nosotros, reniegue de los otros, tenga cuidado con ellos, salga a la calle, quédese en casa, ponga esta emisora, quite esa emisora, lea mi periódico, queme sus periódicos, confíe en mi, no se fíe de los demás, siga las reglas, rompa los reglamentos dentro de un orden, no grite, no hable, guarde silencio que ya hablamos nosotros por usted. Que lo mismo dice alguna barbaridad y no es conveniente que nos deje, ante los mercados, como gilipollas.
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