El Capitán Nemo no sería mal sereno del barrio del puerto. Iría abriendo los portales de pensiones y cuchitriles para los marineros naufragados en bares y tabernas con nombres como: el petrel azul. Hombres que perdieron el rumbo por culpa del magnetismo de mujeres que volvían locas sus brújulas y sextantes. Nadie como él para tener las llaves que se les perdieron a los niños del mundo, y que desde entonces no pueden echar el cerrojo a la puerta que les conduce a convertirse en adultos. Dejando de entender las canciones de los peces de colores, que entre burbujas, susurran, matarile, rile, matarile, rilerón. La música que desvela el secreto del molinillo de sal que fabrica el salitre que corroe los cascos de los barcos hundidos, genera picores entre los bañistas de las playas y deja ciegos los ojos de los cañones de galeones capitaneados por holandeses errantes. Nómadas del desierto del agua. Al pairo de corrientes y caprichos de huracanes y tormentas. El Capitán Nemo sería el mejor re...