Durante 17 años solía pasarse por la esquina de esta calle de papel y se recostaba en el poyete. Eso era en los días buenos. Le gustaba que el sol le diera en el hocico y la sombra en los cuartos traseros mientras un servidor tecleaba mirando al emparrado en busca de algún racimo de inspiración. Los días malos. Los días de frío y lluvia no había cojones a sacarlo del lado del trébedes de la chimenea. Arrimado a las ascuas y tostándose el lomo. Haciéndose que era un gato venido de la fría Suecia. Era un perro discreto aunque ponía las orejas de punta cuando pasaba a saludar algún vecino o compañero de oficio. Pero pronto se aburría si la charla no iba de comida y no había posibilidad de que le cayera algo de la mesa aunque pusiera en práctica sus mejores cucamonas con la cola y una ensayada mirada de cachorro mojado. Así que volvía a sus asuntos sin importarle que lo de los trenes en Jaén era un tema que no podía relacionar con ningún olor. Jamás pudo correr detrás de ...