Arde este poyete de papel con las calores que descargan en la siesta jienense. La línea del horizonte titubea su realidad entre la calima que se desprende de los pueblos y ciudades que sudan por los poros abiertos en sus muros y tapias. Glándulas sudoríparas hechas de plástico y gas freón. La gota gorda que se desagua por los respiraderos de los aires acondicionados. La palabra calor se ha hecho divina y se encocora en todas las conversaciones de ascensor, de despacho y de esquina. Arropado el calor por una cohorte de sustantivos, todos íntimamente relacionados con verbos de conjugaciones sofocantes, asfixiantes y agostantes. El calor se ha hecho un sujeto imprescindible en todos y cada uno de los predicados que buscan alivio en las escasas sombras que dan las tildes y las diéresis. Dicen algunas frases intransitivas, cotillas y chismosas como ellas solas, que le han puesto un sintagma en el mejor barrio de estas páginas. Las oraciones intransitivas nunca han tenido...