El otro día me llamaron desde una empresa que se dedica a realizar encuestas. Era una voz femenina, agradable, con un regustillo en el timbre a «no me cuelgue que me juego el puesto». Andaba yo, en ese momento, a la caza y pesca de la mosca por lo que me dejé hacer por teléfono. Mi interlocutora me dijo que se me había elegido por ser un paradigma del target estadístico que andaban buscando para cruzar, como si fuéramos perros de distintas camada, mis datos con los de otros segmentos poblacionales y así, sacando la moda, media y mediana tener un retrato robot de la gente del común que vive en este país. De esa manera sabrían cómo somos, a qué nos dedicamos, qué nos jode y molesta, qué es lo poco que nos gusta y sobre quién o qué dejaríamos, si fuéramos bandadas de palomos, caer nuestra palomina. La encuestadora me dijo que me pusiera cómodo, que la cosa duraría algunos minutos y comenzó a desgranar las preguntas de una lista elaborada por sus sesudos y avezados jefes o por...