Algunos días, los menos, cuando
el viento de la razón disipa la neblina y la bruma que empaña el paisaje, Jaén
se muestra poderosa y rotunda en el fondo y en sus formas. Cuando el aire
consigue tumbar, por unas horas, las humaredas de promesas rotas, Jaén puede
enseñarse pétrea y dura en sus macizos serranos que puntúan el horizonte haciéndolo
cercano y tangible. Cuando la atmosfera está clara, limpia de brumosas
declaraciones y de la turbia saliva de quien las pronuncia, la provincia se hace
grande y geométrica en sus olivares. Escuadras y cartabones de sombras y madera
que rodean a pueblos y a sus gentes. La mayoría son vecinos que laboran
campiñas y barbechos, talleres y edificios fabriles.
Algunos días, los menos, haciendo
visera con la mano se puede ver muy lejos, más allá de la alargada sombra de
las grúas que se cubren de orín en una espera eterna. Aguzando la vista, cuando
la lluvia despeja de polen y polvillo de obras sin acabar, se pueden ver a
grupos de jóvenes que dicen adiós a la plaza de su pueblo con billete de ida. Cuando
los chubascos arrecian y los canalones tabletean sobre los capós de los coches
y furgonetas es posible adivinar, tras los destellos de los flashes y las
antorchas de las cámaras de televisión que acompañan a la precampaña, carteles
escritos a bolígrafo y repetidos mil y una veces en una impresora doméstica:
busco trabajo de lo que sea.
A veces el sol se deja caer a
plomo. Se lanza desde el trampolín más alto y cae en la tierra. Levanta salpicaduras
hirvientes con su chapuzón en los líquidos barbechos. Magma de los surcos de
caminos trillados, cansados de ser hollados por lo mismo y por los mismos. Las
avutardas de mentirosas colas y engolados bailes de apareamiento electoral, asustadas,
se asoman a las grietas al asfalto de las carretas y a los tejados, tarados, de
los edificios públicos. En cualquier momento, si uno está atento, la polvareda
se asienta y se precisan los perfiles de la realidad de Jaén. Dibujos precisos
de bosques y riqueza mineral. De sillares y torreones y barbacanas que
recuerdan tiempos en los que pasaban cosas, en los que la historia echaba raíces
y no estaba, como ahora, desdibujada y borrosa.
A veces, algunos días cuando el aire sopla a
la contra a Jaén se le levantan las polvorientas y pesadas faldas preñadas de
ácaros y lastres. La brisa juguetona la deja ver hermosa, grande y guapa, al
menos, por unos instantes
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