Corren tiempos esdrújulos que sólo se pueden describir con palabras de muchas sílabas. Hemos llegado a tierras en las que el pueblo llano no tiene nada que decir. Es un asunto grave. Una patología aguda. Una realidad ácida, ácima y acémila la que dibujan nuestros próceres con sus tildes y sus ábacos calculando su máximo beneficio mientras que los votos se han quedado afónicos de tanto pedir un acuerdo que se les atraganta por el estrecho esófago. Sus imágenes en este periódico no dejan de ser humorísticas: saludos cálidos y gélidos resultados. La culpa siempre es del otro y de sus cómplices, por eso no se avanza ni un centímetro. Menudo espectáculo están dando con sus drásticas declaraciones. Sus hipócritas posturas. Sus lágrimas de cocodrilo y sus mentiras de libélula. Sólo son elásticos de boquilla. Están atrapados en la aritmética de sus intereses. Ávidos de beneficios propios y desgracias foráneas son patéticos cómicos que se insisten en que todo lo hacen por nuestro bien. Y...