El sexo se ha convertido en género. De tanto generalizar el contacto carnal las fronteras del ADN se han caído para formar un batiburrillo de genes en danza helicoidal. ¿De qué género eres? preguntan y no sabes si responder del textil o salir por los gametos de Úbeda. ¿Crees que soy sexy? cantaba preguntándose Rod Stewart que ahora hubiera cambiado la cuestión y hubiese titulado: ¿Crees que soy género? En general estas cosas degeneran. Es lo que tiene el sexo que se empala en la equis que lo define como general en jefe de las pulsiones fundamentales del individuo que necesita de regeneración varonil, mujeril, personil y viril y hembril. Me convertiré en pena piensa el pene y el monte de Venus sueña con ser colina o mejor montaña abajo en la que ruedan los óvulos perseguidos por la palabra ovula y la clitorisa que ordena y manda callar a esta barahúnda de testiculinas que imprimen carácter en el grafiti del vello público, ese que se ve y se escapa por entre las escotillas...