Tengo la teoría que este asunto de las vacaciones es un invento para amargarnos la existencia a la mayoría de los mortales y que una minoría, la que parte el bacalao con el filo de su Visa platino, se siga sintiendo por encima; mas que del bien o del mal; sobre la chepa de los que aguatan las colas en los atascos, la arena en la paella de chiringuito y las picaduras de la medusa común.
Y es que las vacaciones son un generador de frustraciones por que siempre serán demasiado caras, demasiado cortas, demasiados frías o demasiado cálidas, demasiado cercanas, con demasiados niños, con demasiadas suegras y, lo que es peor, con demasiado urgencia al constatar que el sol que iluminaba al tipo del folleto te ha dejado el cogote chamuscado, la palmera apenas es sombra de su sombra y el mar está tan lejos del apartamento que hay que contratar un guía para llegar al bosque de sombrillas y al pantano del bronceador.
Y que me dicen de la montaña, esa cabaña de troncos está llena de termitas que lo llenan todo de un zumbido de aserrín aserrán por las noches. Los grillos no frotan sus élitros para cantarle a la noche estrellada, más bien nos golpean con sus patas para darnos el coñazo y colaborar con sus colegas los mosquitos que tiene el tamaño de un bombardero Junker. Además la piscina que fue fotografiada azul celeste es, realmente, de un verde ova con millones de renacuajos de la ranita de san Antón emponzoñando sus aguas en las que habitan especies invasoras como el mejillón cebra o el cangrejo rojo americano.
Si amigos las vacaciones son un fraude, mientras los ricos están en la Polinesia a la sombra de unos volcanes y unos cocoteros desde donde caen estrellas del rock y pensamos que el año que viene, en lugar de la Manga nos marchamos a la Polinesia para descubrir lo duro que es caminar sobre lava ardiente, lo que muerden los jejenes y que tampoco hay tapa en lo cañizos aborígenes.
Y los muy ricos se reirán de nosotros viajando por el espacio, ingrávidos en hoteles orbitales sabiendo que cuando nosotros subamos a la luna será para barrerla.
Otro día les hablaré del reuma que dan los Chateux franceses, del ataque de las palomas en la plaza de San Marcos, de lo mal que huelen los canales en Ámsterdam y que en los baretos de la ruta 66 no saben tirar bien una caña y desconocen el pincho de tortilla.
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