Uno, que ya va navegando por el río de los cuarenta, no deja de sorprenderse cómo y de qué manera ha podido llegar hasta este momento del tercer milenio sin haber caído víctima de alguna infección, trauma, patología, accidente o caos mental. Sin embargo y contra todo pronóstico aquí estoy un año más dando la barrila desde estas páginas festeras para demostrar a los más jóvenes que se puede crecer sin haber tenido teléfono móvil, que se puede llegar a la edad adulta sin haber mutado los pulgares de tanto darle a la “PSP”, con casi todas las facultades mentales en su cajón, sin haber jugado a una video consola de alta definición, y todo ello solamente pertrechado con una caja de carne de membrillo llena de cuentos de Hopalong Cassidy, Red Ryder, Gene Autry o Roy Rogers y un bote de colacao repleto de “indicos” que en miniatura representaban las batallas más importantes de la historia con el sello de : otro producto “Montaplex”.
Sí amigos, por si ustedes no se acuerdan antes cuando salíamos de paseo (ahora se sale de marcha. Que es lo mismo pero a paso mas vivo) no hacia falta un telefonillo portátil porque si tardabas un poco más de la cuenta en llegar a la casa después de la película de matinée en lugar de un “ese eme ese” te ganabas un sermón y en lugar de que te dieran un “toque” te tocaban el culo con la zapatilla y el único tono que te sonaba en la oreja era: el domingo que viene no sales… y sin llamar al resto de la pandilla ya sabías que todos estarían también bajo arresto, por que subiendo por La Carrera ya te había dicho el chivato del barrio: tu madre te está buscando. Y eso no significaba otra cosa que tanta buena suerte no se podía tener un domingo por la tarde, y que tanta partida gratis en la máquina y tanto “clock, clock” de los especiales no era buena señal. Así andábamos en nuestra infancia sin cobertura, pero con la antena puesta por si el vibrador de la colleja se acercaba al cogote.
Pero como les decía no tener móvil con 13 años no nos ha causado mayor problema, como tampoco le hacíamos asco a comprar una coca cola para tres en el bar del cine y decirnos los unos a los otros: no vale mamar. Y claro cuando uno caía malo el resto le seguía como fichas de dominó. Uno tras otro. A lo mejor en aquellos años teníamos menos reparos que ahora, a lo peor es que también teníamos menos dinero que hoy. Por que a ver quien era el guapo que le decía a su padre: me tienes que dar la paga. Los sindicatos aún no estaban legalizados y la negociación con la patronal (por lo de padre claro está) se resumía en un lacónico: eres un gastoso y te tenías que conformar con 11 pesetas. 9 para la entrada del cine de la tarde y 2 pesetas para gastar en el kiosco. Por cierto quien llevaba más dinero se lo iba gastando solo hasta que equilibraba el monedero con los demás y ya en grupo hacíamos la compra del maíz Churruca, las flores o los chicles Bazooka con dos pisos. Y esas diferencias tampoco han dejado una huella especialmente amarga en este que les escribe. Quien tenía un duro pues se lo gastaba y si convidaba mejor que mejor, pero no nos daba por urdir planes para asesinarlo y quedarnos con su fortuna. Las cosas eran así y así nos las tomábamos.
Pero lo peor de todo es que la gente de mi generación creció jugando con arsenales de pistolas de mixtos, escopetas que disparaban corchos, arcos fabricados con las varetas de los paraguas viejos, flechas con punta de platicos machados en semicírculo, tirachinas con gomas del suero que le ponían al “chacho” que siempre andaba malo, sables de madera, lanzas de hierro distraídos en los forjados de las obras y limas como puñales que salían del cajón; lo de la caja vendría muchos después; de la herramienta de tu abuelo o tu padre. Por cierto que los que tenían padre albañil tenían acceso, además, a martillos, hachuelas, picolas y hojas de sierra que eran herramientas muy preciadas para talar escalones en los padrones o en las paredes de los barreros abandonados y convertirlos en castillos desde donde poder apedrear mejor a los que querían apedrearte. Y la mayoría de nosotros, a pesar de toda escalofriante realidad que nos rodeaba, escapó del reformatorio, la cárcel o de huir a la Legión Extranjera a expiar oscuros pecados.
La verdad es que tal y como está el patio, si es que aún se puede llamarse patio al corral donde salíamos al recreo, no sé de qué casualidades nos hemos beneficiado aquellos alumnos que salimos sanos y salvos; salvo algún que otro piquete en la cabeza, de los desafíos y partidillos de fútbol en los que la pelota; qué lejos sigue quedando el césped que sólo se encuentra en los programas electorales de todos lo que han querido ser alcaldes; se desplazaba por el cemento de la calle o las piedras “geñas” de las eras. Aquellos eras tiempos duros. Tan duros como un balón de “curtix” y en los que, a pesar de guardar en casa Es increíble que los sicólogos no se hayan forrado con nosotros, pero en esa época aquello era lo que había: o te convertías en blanco para el ejercicio de la puntería, o eras tú quien tiraba la piedra sin esconder la mano para que te diera tiempo a tirar más deprisa.
Y así íbamos de aquí para allá, con cuidado de no ensuciarte la ropa en la calle por que te tenía que durar hasta el sábado que era día de “esmote” general y te daban detrás de la oreja con el estropajo de esparto para dejarte el guardabarros limpio del polvo y la paja que habías acumulado durante la semana sin tener tiempo de que nadie nos dijera que las cosas iban a cambia tanto, sobre todo en el lenguaje, que de difícil manera se sostiene esta nueva arquitectura lingüística que quiere poner vendas y apósitos para ocultar la gravedad de la herida por que sostiene la teoría de que quien sufre una quemadura empeorará si se la enseñas y la llamas tal cual. Por eso ahora a las quemaduras se les llama zona afectada en tal o cual grado y de la misma manera lo que antes era un chiquillo malo, ahora es excesivamente travieso. El que era tonto del haba ahora se le llama ligeramente despistado y quien estaba abocado a no tener futuro es ahora cabeza de una familia desestructurada. Antes uno llegaba a la casa con un cero y te caía encima la catedral de Jaén, ahora se la tiran a los maestros. Quien suspendía un curso lo mandaban el verano al tejar con su padre. Ahora lo envían a Por aventura para que le abran los poros del conocimiento. Tal es así la cosas que dicen que va a volver la educación cívica de la editorial Vicens-Vivens, pero con el apellido ciudadano por aquello de la monarquía parlamentaria.
En fin amigos, que uno no sabe como ha podido llegar hasta aquí y encima escribir en un programa de fiestas que como no se espabilen los jefes de la cosa le cambian el nombre por el de guía lúdica para los días del 16 al 19 de julio. Eso sí con separata aparte para actividades extralectivas si se está en la playa o en la montaña que no se puede excluir a nadie de la colectividad.
…A veces uno echa de menos las guerrillas en las eras… no eran muy lúdicas pero te lo pasabas como los indios (perdón como los indígenas americanos) aunque te las vieras como un negro (perdón otra vez, como un ciudadano subsahariano) para salir ileso de aquel brete y arribar a la costa en la que ya no hay moros si no magrebíes. Y es que los militares cambian el bombardeo de un bloque de viviendas por un efecto colateral. Los muertos por bajas. Se gradúa el terrorismo como la corriente eléctrica en baja y alta intensidad. “La pegó” ya no significa usar pegamento si no violencia doméstica en la que el género de las palabras ya tiene rango de sexo. El cañonazo es del delantero y matarla con el pecho significa dejarla muerta en el área de castigo donde no se ejecuta a nadie a no ser que se miente la madre de un portero que lo cierra todo, mientras los candidatos se acusan mutuamente de rehuir los debates y le echan la culpa a los ciudadanos de su poco interés por la política mandándoles esemeses a los telefonillos y “emilios” a su correo en un pueblo que ya no conoce a sus carteros que, como Juan, no llaman dos veces.
Cuantos más teléfonos tenemos menos y peor hablamos… a lo mejor la comunicación es estarse callado porque como me contó muy amigo Alfonso de Haro hay gente que se ve por la calle y se va corriendo a su casa para saludarse por teléfono.
Pero seguro que dentro de 20 años alguien de esta generación “cyborg” escribirá en este mismo programa: que buenos eran los viejos tiempos en los que quedábamos en Las palmeras y le sacábamos fotos a los “soldaos” con el móvil y ahora les dejo que me llaman al móvil....
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