Enfangados
andamos, hasta la rodilla, en el barro de la eterna refriega electoral. Dicen que
esta campaña será la más corta de la historia. Mienten. Sigue siendo la más
larga y no parece que vaya a terminar el domingo. Más bien parece que se seguirá
extendiendo a lo largo de los próximos meses. Una batalla eterna en la que ya
casi nadie recuerda por qué empezó la pelea. Ya sólo queda el agrio impulso de
eliminar al contrario aunque eso signifique que en las escaramuzas sigan
perdiendo a los mejores de cada bando. Tipos caídos en la zanja del sinsentido.
Asfixiados en la trinchera de la intolerancia. Sepultados por colores y tallas.
A lo largo de esta semana vamos a tener mucho más de lo mismo por los mismos
que siguen olvidándose de por qué están ahí. Para ellos es más importante destruir
al adversario. Que no quede ni uno. Lo que sea antes de enfrentar los numerosos problemas que
una sociedad como la nuestra plantea y que necesitan para solventarlos, de colaboración,
esfuerzo y mesura de todos para encarrilar el tren del desarrollo. Estamos
dentro de un sistema que unos por inacción o por desidia, otros por odios y
desamores, están minando con el agitar de banderas y mal entendidas posiciones
semánticas, ortográficas o lingüísticas.
Todo
lo que parecía sólido se está desmoronando y, mientras se siguen exterminando
en una lucha ciega los que tenían que sostener, mantener y mejorar este edificio,
por los extremos se cuelan, tras la labor de zapa de décadas, los que jalean y
dan vítores a cada derrumbe. Son los que quieren repartirse los despojos de una
idea que costó tanto esfuerzo hacer realidad.
Muñoz
Molina, un tipo de Úbeda viajado y novelero lo describía así en uno de sus últimos
libros: “la corrupción, la incompetencia, la destrucción especulativa de las
ciudades y de los paisajes naturales, la multiplicación alucinante de obras
públicas sin sentido, el tinglado de todo lo que parecía firme y próspero y
ahora se hunde delante de nuestro ojos: para que todo eso fuera posible hizo
falta que se juntaran la quiebra de la legalidad, la ambición de control
político y la codicia —pero también la suspensión del espíritu crítico inducida
por el atontamiento de las complacencias colectivas, el hábito perezoso de dar
siempre la razón a los que se presentan como valedores y redentores de lo
nuestro”
Es
más en un recomendable libro titulado ¿Cómo Mueren las democracias? los profesores
Steven Levitsky y Daniel Ziblatt señalan que “la crisis eco-nómica, el
descontento público creciente y el declive electoral de los principales
partidos políticos pueden hacer que incluso los entendidos más experimentados
cometan errores de juicio. Si aparece en escena un desconocido carismático y consigue
popularidad desafiando al viejo orden establecido, los políticos del poder
establecido sentirán tentaciones de incorporarlo a sus filas si tienen la
sensación de estar perdiendo el control”
Se
trata de un párrafo en el que, no se refieren a la actualidad política de
nuestro país. En ese fragmento relatan como Mussolini se hace con el poder en
la Italia de la década de los años 20. El resto ya es una historia que parece
que estamos empeñados en repetir.
La
aluminosis está debilitando los cimientos del Estado de Derecho y los que deberían
reforzar, apuntalar y fortalecerlo se siguen dedicando a repartir bofetadas, mordiscos,
patadas en el bajo vientre (todo vale) en una lucha por acabar con el
adversario en una pueril pelea a muerte.
O
les exigimos el lunes con nuestros votos que colaboren entre ellos para sacarnos del
atolladero o nos veremos comos los ingleses abocados al abismo del “bréxit”,
como los italianos encabezados por un supremacista, como los polacos apresados
por un dogal que les aprieta cada vez más, como los austriacos bajo la sombra de un
populista, como los franceses presos de un enorme cabreo que sigue creciendo,
como los alemanes asistiendo a un pujante renacimiento de lo peor de su pasado.
España no está fuera de la corriente de la historia. Muchos de los que ahora
dicen que vivimos bajo el yugo de un sistema fascista ojalá nunca lleguen a
tener razón y aquellos que aseguran que esto es un caos ojalá jamás tengan que
vivir en sus carnes una noche de cristales rotos.
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