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MENOS ORGULLO, MÁS PRUDENCIA

A día de hoy todavía siguen mirando, incrédulos, la pantalla del ordenador que refleja los resultados de las últimas elecciones en España. Ninguno de los afectados se las cree o por muy buenas o por muy malas y caen en el error de culpar a otros del fracaso o de atribuirse en solitario el éxito. La soberbia les puede. El progresivo alejamiento de los ciudadanos, ya sean sus votantes o no, les vela la mirada y cubre con una orgullosa niebla de orgullo el autentico paisaje de la sociedad a la que pretenden guiar hacia el mejor futuro. El francés Macron se las prometía muy felices apretando el tornillo de los impuestos a los carburantes y se ha encontrado con un “arde Paris”. No. Los ciudadanos no somos unas ubres a las que echar mano cuando la cántara oficial se va quedando seca. Los «chalecos amarillos» han puesto de manifiesto que todos tenemos un límite y las urnas en Andalucía han señalado que el poder no es patrimonio de quien lo ejerce si no de quien lo delega.  «La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder» decía José de San Martín y la reducción a la simple catalogación de los nuestros o de los suyos se pagará caro.

Tener el carné de un partido no te hace mejor o peor persona. Si eres un gilipollas lo seguirás siendo pero con número de socio. Hay que atender a lo que pasa en las calles y poner empeño en solventar los problemas de los ciudadanos que no son pocos y no distraerlos con unos discursos ramplones más propios de un graderío que de gentes que juraron y prometieron que su objetivo no era otro que el servicio público. No, los votantes no son unos palurdos ignorantes cuando no te votan y gentes cultivadas e inteligentes cuando te eligen en las urnas. El orgullo es mal compañero ya lo señaló Voltaire: «el orgullo de los humildes consiste en hablar siempre de sí mismos; el orgullo de los grandes, en no hablar de sí nunca». Así que más allá de que sigan señalando que han entendido el mensaje recibido el pasado domingo deben ponerse a trabajar, de verdad, por el bien colectivo y no por el beneficio partidario como hasta ahora. Mucho se ha avanzando en los últimos 40 años en este país y no hay motivo de que eso no siga siendo así pero los discursos y las actitudes y comportamientos cambian o la desconfianza seguirá aumentando entre los ciudadanos. Habría que empezar a eliminar a la vanidad cómo pecado capital de los servidores públicos. «No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo.» escribió Óscar Wilde y cuya reflexión describe perfectamente el alejamiento de la clase dirigente de sus ciudadanos. Si no toman nota esto se nos llenará de chalecos amarillos o peor, de camisas pardas. Aún están a tiempo de ejercer la virtud de la prudencia

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