Frío.
Esta ha sido la palabra más pronunciada a lo largo de la semana recién
terminada. Frío. También ha sido la sensación que más se ha notado en todos los
ambientes de esta provincia tan de calores sofocantes y escarchas paralizantes
y de tan pocos términos medios. Tanto es así que me acuerdo de Mercurio el dios
del Comercio y de cómo algunos se comían la Cámara del ídem de Jaén a besos y a
titulares masajeantes y ladinos. Ahora a la Cámara la desmemorian en un vergonzante
olvido por haber convertido a Jaén en uno de esos lugares en los que pasan
cosas que en otras tierras no. Frío. Helado viento recorre los pasillos del
otrora edificio barco que ha puesto proa a las semillas de chumberas e higueras
locas que ya crecen entre las grietas de sus muros. Frío que también se mete entre
los despachos de altos y bajos rangos administradores que han visto como a sus
sillones les han salido raíces y a sus cajones les han rebosado los recuerdos
de tres décadas que se quedaron helados tras los resultados electorales. Muchos
aún no han entrado en calor y en las cimas de Mágina o Segura las lascas del
granito saltan en escoria de morrera tras la brusca dilatación del agua
filtrada.
Frío
que dibuja ateridas manos entre aquellos que se ajustan los faldones de la
camisa para hacer frente a lo que se creían que jamás iba a pasar lo que ha
pasado. Conan el Cimmeriano cayó derrotado por su propia confianza y ni Cromm
le pudo asistir en el atribulado trance que acabó con la leyenda del guerrero
que debajo del armiño sólo tenía un aldeano taparrabos. Frío que recorre las
filas de los que ahora tendrán que hacer frente a promesas que llevan haciendo
más de 30 años. Ha llegado para muchos el cambio de tornas y pasarán de la
prédica a dar el trigo que se les va a seguir demandando y en los campos de
cereales la cosecha hay que gavillarla con el lomo al sol. La pereza es enemiga
de las mieses y el relajo amigo de pulgones y gorgojos.
El
frío que hace en la oposición seguirá apretando de lo lindo. Las bajas temperaturas
nunca cambian de bando ni de jersey o chaqueta que es algo que muchos se están apresurando
a hacer para evitar que la helada madrugada les deje pajaricos y en al alambre
después de tantos años al calor de las bien surtidas chimeneas comunitarias.
Bajo cero. Frío que encoge el corazón con las noticias de la desaparición de
esa joven profesora zamorana en Huelva o
la gélida realidad de la estadística de los muertos en la carretera. El frío
que congela las ramas de los olivos en las mañanas de diciembre y que se
deshacen en manojillos de cristales efímeros al paso de las cuadrillas
recogiendo el fruto. Frío que recorre las largas colas del desempleo en las
oficinas del INEM y del SAE. Frío que sopla entre las calles de las aldeas y
pueblos que se van quedando solos, ateridos, renqueantes como las extremidades
de sus últimos vecinos con el reuma y la artritis como únicos testigos del
avance de la España vacía que se deja caer desde las frías cumbres a los valles
que tiritan de soledad y tristeza al ver que los deseos, por mucho que se
repitan y repiquen en los papeles, no detienen la gangrena del olvido. Ese frío
que como la hiedra sube por entre troncos y huesos ahogando lo poco que nos va quedando de
cálido y confortable. Esos jóvenes que se van sin tener niños y que sentirán el
frío de haber sido nietos pero de no poder ser nunca abuelos.
Sopla
el viento frío este lunes y a los montes se les ve una sonrisa blanca de nieve
que será arroyo en el lejano verano si es que queda alguien para beberla.
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