Jaén
vuelve a leer a Platón. Lo hace ahora por sus vínculos televisivos e históricos
con una Atlántida renacida a lo Eric von Daniken. Bergier y Pauwels hubieran,
de haberlo sabido, ubicado el retorno de los brujos en la ciudad que fue (una
populosa villa de la Edad del Bronce) con una que jamás lo será (una ciudad de
la Justicia habitada por demoras, torpezas, engaños y retrasos) y con la ciudad
que es (convertida en un dédalo de callejuelas estrechas adelgazadas por la
voracidad urbanística). Pero Jaén ha tenido desde siempre una conexión muy
directa con el discípulo de Sócrates, ya que esta provincia aún vive en las
sombras. Un territorio y unas gentes que
siguen en la mitológica caverna asistiendo a la eterna proyección de
espectrales figuras en las rocosas paredes. Creyendo, felices e ignorantes que
esa es la única realidad posible. Que viven sus vidas ajenos a las ataduras que
los mantienen en la brumosa penumbra. Gentes que pasan sus días y sus noches,
enredadas en estéril discusión sobre la naturaleza y el origen de los objetos y
siluetas que ve moverse alrededor. Maravillados y boquiabiertos por tan
grandilocuente y adormecedor espectáculo. Sombras chinescas. Sombras
titilantes. Sombras en perspectiva. Sombras y asombros. Sombrillas. Sombreros.
Ya
pocos se acuerdan pero Jaén ya se perdió en un Mito de la Caverna que el pintor José Luis Verdes pidió que le
devolviera el Museo Provincial por que «las bombillas se fundieron y algunos
proyectores se estropearon sin que nadie se ocupara de las reparaciones. Hace
ocho años que el sonido no funciona y allí nadie se responsabiliza de
subsanarlo». Ya en 1993 la sombra de falta de dinero oscurecía las lomas y
cañadas de la cultura jaenera. Tampoco es nueva la grisácea y sombría relación
de gobierno regional y español que se escudaron en las sombras de las
competencias para escaquearse del pago de luces y altavoces a la instalación de
Verdes. Tal y como pasa ahora con la cantera de la capital o con las tuberías
de la presa de Siles o con los trenes o con las autovías. Pero la gente sigue
en la gruta, mirando sombras y cosas que se mueven por el rabillo del ojo.
Afuera la sombra de la despoblación se hace grande y espesa en las sierras y la
apesadumbrada sombra de la desesperanza se hace larga como las colas del paro.
Escribía Platón en su República, un párrafo que parece dirigido a los que
vivimos en estos prados y serranías: «qué pasaría si fueran liberados de sus
cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera
lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse
súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al
hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz
de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si
le dijera d alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora
cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más
reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos
que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno
de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado
le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?
¡Atlantes levantaos! ¡Qué apenas sois
sombra de lo que fuisteis! Que hubiera
escrito Hernández siendo marinero a las órdenes de Nemo
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