No
estamos tan mal como creemos. Ya lo dijo Von Bismarck: España es una nación tan
fuerte que ni los propios españoles han podido acabar con ella. Así que por mucho que os empeñéis en hacerme
creer que vivimos al borde del apocalipsis social vais dados. Qué os den con un
caña larga allí por donde la espalda va perdiendo su nombre para dejar de ser
lo de atrás y convertirse en lo trasero. Dejadme en paz con lo de esto se hunde
y lo del caos generalizado.
Así
que levantad la cabeza de los móviles y de las redes sociales y mirad quién
pasea por vuestra calle. Quién llena las plazas de los barrios y las tiendas de
ultramarinos. Deteneos por un momento al pasar por un colegio y quitaos los
auriculares para escuchar el murmullo de los chavales saliendo al recreo o riéndose
con las cristalinas carcajadas de la inocencia. Apagad las tabletas y los
smarfones para saludar a los vecinos y no tropezad con el resto de peatones al
cruzar el paso de cebra. Dad los buenos días con una sonrisa y una palmada de
afecto en lugar de enviar un gif animado al grupo de whatsapp. Cambiad los
likes de instagram y facebook por abrazos y besos. Esto no se está hundiendo y
tenemos que abrir los ojos para que no nos sigan engañando en busca de oscuros objetivos.
Los
catalanes no son todos unos cabrones ni todos los de Cazalilla queman camisetas
en mitad de un olivar. No vivimos en un estado fascista porque de serlo a mí nunca
me hubieran dejado publicar esto ni tampoco los agentes de la Policía son gente
sin madre ni apegos sentimentales.
Están
intentando camuflar el paisaje con un trampantojo de odios adoquinados y miedo
a los demás.
Hace
cuarenta años en este país el agua caliente era un barreño de cinc puesto al
sol en los patios y los corrales. Las televisiones a color eran cosa de ricos y
viajar entre dos capitales aventuras que duraban varias jornadas. La gente se
moría de males de San Vito y trastornos repentinos y los niños en la escuela
recibían aportes de proteínas en forma de botellines de Puleva. Los electrodomésticos
se compraban a plazos y se pagaba a duro a la semana al cobrador que pasaba de
casa en casa y de barrio en barrio. Cuando se viajaba al extranjero era para
trabajar a destajo en una fábrica de tornillos y no para ver la puerta del
Branderburgo o hacerse un selfie en el Quai D´Orsay.
Están
empeñados en hacernos creer que estamos mal. Muy mal. Peor de lo peor. No les
compremos esta mercancía averiada ni las mentiras disfrazadas de videos y fotos
de disturbios. Hay que exigirles a quienes gobiernen que dejen de debilitar los
railes del Estado de Derecho aprovechando cualquier excusa para atacar al
contrario. Deben colaborar y animar a la tranquilidad para seguir mejorando
nuestra realidad aunque la suya, la partidista, empeore. Basta ya de que me calentéis,
de que nos calienten la cabeza con marchas, manifestaciones, dependencias,
independencias y demás milongas. Al final las bajas las ponemos siempre los
mismos para que ellos sigan en lo alto. No. Este país no es una mierda ni sus
paisanos somos las moscas que defecan en él. Estoy hasta la entrepierna de que
exciten las bajas pasiones de los vecinos prometiéndoles el paraíso entre unas fronteras
cada vez más estrechas y asfixiantes. Apretemos el botón de apagado en las pantallas
y observemos a la gente que nos encontramos en la calle, la tienda, el cine o
el aeropuerto, Gente que quiere que la dejen vivir su vida en paz y sin que le
generen estas angustias que sólo sirven para engordar las arcas de los que quieren
el monopolio de la venta de ansiolíticos.
Ojalá
se vuelvan a ocupar de que no volvamos a ver a niños raquíticos en los patios
de los colegios o médicos superados por la rubéola o la polio. De calles en los
que los saneamientos revienten por falta de mantenimiento o carreteras conquistadas
por la grama y los jaramagos.
No
estamos tan mal por favor no lo empeoren
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